Ana
El viento sopla tan fuerte que algunas prendas caen al suelo. La llovizna se intensifica y se crea la atmósfera perfecta en la competencia contra las frías gotas y mi vecina que al parecer también eligió un mal día para su lavado.
Ana: mi vecina de enfrente. ¿Cómo describirla? Tiene todo lo que un adolescente podría imaginar de una chica cuando se explora a sí mismo.
Tiene poco tiempo que se pasó al edificio. Fue una tarde de junio. ¿En qué día estamos? Han pasado 1,968 días desde la llamada al confinamiento. Hasta entonces, el departamento de enfrente se encontraba vacío. Es de las pocas cosas que agradezco en estos tiempos.
Los pinchos vuelan cuando Ana toma con fuerza sus calzones aún húmedos, no se molesta en recogerlos. Mucho tiempo me ha tomado lavar y ahora me vienes a joder, dice colérica mientras maniobra con sus llaves y el gran montículo de ropa que lleva cargando. Su cabello mojado comienza a dejar marcas transparentes en su blusa dejándome ver nuevamente su piel.
Fui expulsado de mi sueño abruptamente por un ruido fugaz. Sonaba como las hélices en movimiento de un pequeño helicóptero que subía por fuera del edificio recorriendo cada departamento y luego se perdía en la lejanía. Un dron nos espió por la ventana, me doy cuenta, recuerdo que las autoridades pretendían hacerlo. Creí que no disponían del suficiente dinero en sus bolsillos para espiarnos o que solo lo hacían por medio de nuestros dispositivos. ¿Qué más da? Compartimos ese gusto perverso.
No tengo interés de mirar por la ventana, aún no suena la alarma de Ana. Me dispongo a ver el feed de Facebook antes de desayunar. Más de los mismo. Amigos con hijos. Clic. Recomendaciones de pelis. Clic. Violencia. Clic. Recetas de cocina. Doble clic. Rábanos asados al romero. Me cagan los rábanos. Discriminación. Clic. Paranoia masiva. Clic. Clic. Clic.
Termino de comer mis huevos revueltos con frijol mientras veo Eterno resplandor de una mente sin recuerdos en Netflix. ¿Cuántas veces han sido ya? Creo que la he visto unas veinte veces. Tal vez más. Han sido tantas que comienzo a creer que podría tener la vida de algún protagonista de las películas de Charlie Kaufman. Todo el paquete: inseguro, miedoso, falta de sexo. Pero la diferencia es que me veo obligado a permanecer aquí tiempo indefinido, envuelto en los problemas y discusiones de los vecinos, obligado a coexistir.
Soy la impotencia de la madre de Balam porque no le puede soltar un chingadazo en la boca cuando él le grita maldita cerda.
Soy la negligencia del pequeño Max cuando lo encierran en la jaula de tendido y ladra por un poco de atención.
En ocasiones también soy los orgasmos de Ana cuando se masturba en la noche. ¿Pensará en mí como yo en ella?
Y en tiempos muertos, a veces, solo soy yo mismo, mi mayor enemigo. No quiero sentirme solo.
Ana, necesito verla, ¿por qué aún no despierta?
Pongo mi mejor sonrisa a toda la banda que me rodea.
Individuo que gusta del cine, poesía y la música.
Amante apasionado de la vida, mi chica y las galletas.