Era una tarde lluviosa de agosto. Nos besamos en el metro y después fuimos a su departamento. Sonaba uno de los discos de Sonic Youth que le había regalado. Comíamos unas tostadas de salpicón.

–Sabes, Denia, siempre pensé que yo era la reencarnación de Thomas Bernhard. Él murió en febrero de 1989, yo nací justo nueve meses después.
–Pero no eres tan bueno como él.

Silencio incómodo.

Apagamos el tocadiscos y nos fuimos a la cama. Dentro de la habitación nuestros cuerpos hacían que todo se quemara. Afuera la lluvia lo mojaba todo.