Y colgado a un lado de los cuadros de los antepasados recientes y lejanos, estaba esa foto daguerrotipada de los felices y sonrientes novios, tan felices y tan sonrientes como el sol que les acompañaba junto con la cuadrilla de amigos, compadres, tíos, sobrinos y familiares variopintos por las terrosas vías de lo que fuera nuestra villa antes de convertirse en la moderna urbe que es hoy en día.
El abuelo solo se limitaba a mirarla, sonriente a veces, serio otras, siempre en silencio, cada vez más necio y más sordo, negándonos rotundamente el saber quiénes eran esos dos novios tan hermosos seguidos de un espectacularmente inmenso, aunque borroso ya por los años pasados, auto negro, de los primeros de la época de seguro, y rodeados de todos aquellos que les amaban y les deparaban la dicha más plena.
El marco dorado había estado ahí desde tiempo inmemorial, y sus colores encerraban majestuosamente a un apuesto y joven galán, de seguro relacionado con nosotros, y a una bella dama vestida de blanco, lista para el altar, a la usanza de nuestros pueblos.
La casa ancestral se destacaba de las dunas y la campiña, con sus frondosos árboles, enhiestos y cargados de frutos de estío, conjugando bien con la yunta de bueyes y los caballos de cuadra que se divisaban a lo lejos.
El famoso cuadro en sepia cuyos participantes nos miraban desde un rincón de la casa ancestral invitándonos a seguirlos en su marcha por la aún sin empedrar vía que, tras una curva del río, iba a dar directo al monasterio que alguna vez se alzó en la zona y donde de seguro se realizaría esa ceremonia religiosa y civil.
Pura dicha. Puro gozo. Puro misterio.
A los dos días que falleció el abuelo nos dispusimos a limpiar un poco para recibir a las familias que venían a presentar sus respetos y dar las condolencias, por ello decidimos sacar del gran salón de la casa ancestral todo aquello que evocara alegría y por supuesto una de las primeras cosas en sacarse de su lugar fue el famoso cuadro en sepia.
Al reverso, dibujado en la primorosa y elegante caligrafía escribana del abuelo, aun se podía leer: “Hoy, Sábado 20 de Julio de 1895. Ultima foto de mi único hermano Joaquín y su novia Seráfica, de camino a su boda y muertos trágicamente atropellados antes de llegar a la iglesia. Que en paz descansen y de Dios gocen”.
Nunca más volvimos a colgar el famoso cuadro en sepia en el gran salón de la casa ancestral.
Fotografía por Michael Dietrich