Mira lo que quedó delante, lo que resultó de esta batalla flagrante. No hay sangre ni muertos por la calle, sólo un recuerdo que quizá permanezca incesante.

¡Maldito desastre! Me toca de nuevo recoger cada una de mis partes, pensar en lo que paso hace un instante ahora me es delirante.

¿Quién peleo? Pues, yo contra mi espejo. ¿Creías que fue con un ajeno? No, esos pleitos se arreglan diciéndole al otro: “pendejo”, mientras te das la vuelta riendo.

Pelear contra el reflejo es hablar de un caso serio. No puedes decirte: “pendejo”. Bueno, sólo si es el caso de que te quede bien el saco y, con pena, te digo que más de una perfecto me ha quedado.

Al final de la riña, más allá de la ira, resultaras dañado. ¿El enemigo mortal? Tu “yo” del pasado. Vencer aquí no es válido, un empate contra ti creo ya es demasiado. ¿Qué no has escuchado que los humanos nunca cambiamos? ¿O que somos el único animal que con la misma piedra dos veces tropezamos? Vayamos al grano.

Terminaras cansado, quizás agobiado y por horas querrás hacer a todos a un lado, en las noches desvelado, es advertencia por si estas por intentarlo, no es fácil amedrentarse de lo ya suscitado.

Le recompensa en cambio es apreciar todo lo que te ha formado, cada pedazo de ser que te ha acompañado, los jalones de greña que tus padres te han dado, el beso de esa mujer que te dejo por semanas pensando, esa palmada en la espalda de un amigo cercano, las enseñanzas de los abuelos que apenas vas descifrando y ver que cada error te ha llevado a donde hoy creías estar varado.

Nada en este plano es en vano, entre el desastre lo más importante es tomar esa mano, esa que siempre frente a ti se ha estirado, darte cuenta que tú eres el mejor aliado y levantarse es lo único que te permitirá seguir avanzando.