A mitad de la noche
soñé que mi habitación carecía de techo;
sólo estando los cuatro muros,
las ventanas y la cama.
Embriagado por la obscuridad
y las estrellas,
noté una constelación.
Parecía observarme,
su forma se asemejaba
a la silueta de un hombre,
y sus ojos lucían como dos soles,
insertándose en mí.
No se movía
ni utilizaba palabras,
pero hubo algo
en su mirada
que me llamaba:
hablaba conmigo.
¿Quizás me cuestionaba,
buscaba alertarme de algún peligro,
o será posible que me conocía desde antes?
Ninguna de mis suposiciones
logró resolverse; sin embargo,
una idea pasó por mi mente:
aquella constelación era un centinela.
Debía vigilarme y resguardarme.
Tan pronto como esta idea
cruzó mi mente;
el cielo se barría,
desapareciendo a las estrellas
y al centinela.
Todo se tornó blanco.
Continué acostado,
pero no sobre mi cama,
si no flotando en el vacío.
Poco tiempo después,
una tela inmensa
abarcó mi visión.
En ella se proyectaba
una película.
Recuerdo una escena
con dos personajes animados
protagonizando un diálogo.
Al ver la secuencia,
lo único que maquinó
mi pensamiento fue
el deseo intenso
que mantengo
por realizar cine,
y en cuanto mi cuerpo
experimentó dicha sensación,
fue elevado hasta
atravesar la pantalla.
Me adentré a la escena,
sin interrumpir la acción,
observando el entorno,
familiarizándome con otra
clase de realidad.
Por breves segundos
sentí pertenecer
al mundo que siempre
me ha cautivado.
Escuché que
los sueños son la voz
de la consciencia reprimida,
otros opinan
que son vistazos
a otras vidas propias.
No sé qué signifique,
o sé si el centinela
volverá a aparecer,
pero en caso de hacerlo
espero haga más
que sólo observarme.