El caracol llenó el canal de hielos

Al borde del caracol, como mi madre, guardo los sonidos eco de una construcción. Me despego de las hojas al escuchar el ruido del timbre.

Es Michael Conroy, interrumpiendo mis pensamientos;

  • Bájate de ahí José, que te vas a caer. Me dice al entrar.
  • Loco! Sólo desde aquí puedo estirarme, inflarme y flotar. Sólo al borde del caracol, como mi madre.

Conroy se vino persiguiendo desde Tijuana a la vecina del 33: Margarita. Ahora él nos ayuda con la electricidad; en casa siempre tenemos problemas con eso. En cambio, su casa está llena de luz. No te miento, es imposible ver el techo por la cantidad de focos, Margarita sufre porque todo el sueldo se va a en pagar la electricidad.

  • El sol siempre deja de brillar. Me dice Michael mientras intenta averiguar la intermitencia de los focos de mi cocina. Por eso puse 386 en la sala de estar, 136 en el baño y 500 en la cocina.

Yo recuerdo la primera vez que estuve en su casa. La puerta esta llena de musgo.

  •        Aquí es dónde me ramifico. Me dijo aquella vuelta al darme la                            bienvenida. Quizás tu digas que esto es fácil, llenar la casa de luz y                    encontrar todo a la primera, pero la verdad, hay sitios que tras la                        mampara de mis movimientos, se olvidan de como bailar un tango.
  •       Exactamente eso es lo que te vengo pidiendo Conroy. Que me saques a            bailar un Tango. Añadía Margarita mientras apoyaba la cazuela de                      lentejas sobre la mesa.

Los del 33 siempre saben lo que necesito.

  • Escucha niña, te paralizas, te comes los puntos y dejas arrinconado el lápiz. Toma; éste lo encontré en los circuitos de la cocina, por eso no dejaba de parpadear la luz.
  • Gracias! La verdad es que son mareos repentinos, vestidos de alacranes.
  • Un poco de luz a los andariegos, entonces.
  • Yo sé loco, esa que viene desde la línea tres del subterráneo, ya me lo ha dicho Julio. Ayer; siguiéndo el ruido, 365 escaleras abajo, no llegue a ningún lado. Escuche 20 subterráneos pasar, no es que no percate, es que por momentos, alguien me llena de pegamento las suelas, curioso autosabotaje.
  • A fuego bajo, niña. No son horas las que pierdes cuando me cuentas que perdiste el tren.

Parece que Conroy siempre se mete a conectar mis circuitos.

De nuevo con la casa sola, escucho al caracol susurrarme;

  • El otro día llené el canal de hielos.

Yo pretendo no escucharlo mientras le unto mermelada de chabacano a mi pan.

  • En el fondo siempre lo sabes, ajustas un foco y se desajustan dos. Vuelvo a escuchar.

Desde hace 25 años que escucho hablar a la falta de cordura que recorre mis raíces, aquí en el borde, hay palabras húmedas, que esperan quien las habite, con el único propósito de ensamblar los tornillos tirados de la casa. Lástima que Conroy no es carpintero.

El caracol me recomienda; aire. Por eso yo recalculo y avanzo hacia atrás. Afirmo, aseguro y conecto. Sólo aquí, al borde del caracol; como mi madre.

Fotografía por Em Bernatzky