El Callejón del Gusano. Cap. XXVIII: La inexistente Martha

La cosa es que quizá no podrías llevarme por un helado. Lo pensé después de tanto tiempo. Somos de esos in.deseosos nocturnos, no solíamos serlo, pero ahora si, y hay que acoplarse. Quisiera que me vieras fresca, recién salida de la ducha, pero duermes, Ben, a esa hora duermes.

Me acostumbré tanto a verte cuando la ciudad se calla. Tu ya me llevas un par de horas de ventaja, así que siempre te encuentro un poco más mareado y un poco más despeinado de lo que sueles ser cuando no existes para mí. Y esta que vez aquí, sentada en la barra, y riendo muy fuerte, montada de repente en la mesa de billar, perdiendo el estribo, porque me lo he contenido, todo el día me lo he contenido, es la que existe para ti, esta que se desvanece en la mañana, cuando sale el sol y tú tienes que caminar a tu casa, porque eres de esos que duermen con el sol en la ventana, y que no suelen retozar en camas ajenas, porque luego se sienten más de esa cama, que de la que los espera.

Será el lugar, el único en que coincidamos, te buscaré ahí, y ahí me encontrarás. Entre tanto humo, y con tanta algarabía que tengamos que gritar para escucharnos, y tengamos que besarnos entre tantos ojos, besarnos y caernos y desparramarnos, llorar y a veces odiarnos, y ser el centro de esos olvidadizos espectadores, que al amanecer caminaran para sus casas, como tu, Ben, que en la mañana te marchas y duermes, y dejas de existirme. Hasta de nuevo en la madrugada, cuando coincidimos siempre en el mismo lugar.

Quien diría que, desde aquella madrugada, sería entonces nuestro destino y que sólo con la iluminación artificial conoceríamos nuestros rostros. Ben, el inexistente Ben matutino. Martha, la inexistente Martha que prepara cafés, que estafa turistas, la que no existe si cierra los ojos, Ben, la que existe fuera de la podredumbre de aquel oculto billar.

Fotografía por Katya Mamadjanian.