El Callejón del Gusano. Cap. XX: Limpiarse el culo

¿Cómo es posible? Debo admitir que mi vida tiene unos tintes más emocionantes que la de los demás. Y creo que si he de compararme con la mísera vida de otros, tengo razón.

Veo las cosas de manera amable, hasta con ciertos tintes románticos. La podredumbre me incita a querer narrar mi vida como un escritor de la generación beat viviendo en París. Bendigo el momento en el que conocí aquello, y ahora me causa gracia cada que una tragedia me invade. Una tragedia que regularmente tiene mucho que ver con la falta de efectivo en mi cartera.

Cuantos imbéciles no han dicho que: el dinero no compra la felicidad, yo creo que lo hace. Y no me juzguen a mal, lo paso muy bien. Justo ahora estoy aquí bebiendo un delicioso café, frente a mi computador, con tiempo de sobra para escribir esto, holgazanear y, quizá más tarde, termine de bruces contra el suelo luego de beber cantidades peligrosas de mezcal zacatecano, o si el presupuesto es mínimo, será licor de caña. La comida no será problema, una vez que esté anestesiada, no recordaré comer, hasta mañana. Una comida al día es más que suficiente y por lo que sé hasta ahora, tengo un mes más de alquiler en esta casa. Dentro de lo que cabe, estoy bien, estoy mejor que antes y lo aseguro, estoy mejor que muchos. Estoy alegre. ¿Será esto, felicidad? Lo dudo mucho.

Mi madre insiste que, aunque tuviera todas las comodidades que anhelo, si mi alma esta flagelada, sería incapaz de disfrutar la felicidad (falsa, asegura ella) que me brindarían mis monedas, si existieran en mi cartera, y me permitieran desayunar diario en “La Villasunción”, sin embargo, creo yo, que si soy capaz de disfrutar de licor más corriente, en una casa llena de bastardos mal olientes, sin duda podría disfrutar del whisky más caro, en una playa cálida, con el jacuzzi lleno de chulos guapos. ¿Sería eso felicidad? No lo creo, pero que estaría más cómoda, de eso no cabría duda.

Recuerdo bastante el día en que caí en cuenta de lo necesario que era poder satisfacer las necesidades básicas. Desde que llegué a esta ciudad, he vivido en lugares bastante decentes, pero humildes, hay agua, en ocasiones, agua caliente. Pero, es lo indispensable para vivir, bastaba que mis tres necesidades básicas estuvieran cubiertas: comer, cagar y coger. Mientras pudiera hacer eso, poco importaba si la casa se estaba cayendo a pedazos, si el excusado no funcionaba o si había que bañarse a jicarazos. Mi salario bastaba para darme una buena comida y, porque no, de vez en cuando una botella o dos de licor. En aquel entonces no tenía computador, ni teléfono, así que pagar internet no entraba dentro de mis necesidades. Y sólo Dios sabe cómo era que podía llegar a todos los lugares a tiempo, porque ni si quiera tenía reloj. Luego, perdí mi empleo, por causas ajenas a mi, cabe recalcar, adiós comodidades, adiós necesidades básicas. Y debo admitir que si no fuera por mis lindas camaradas, no estaría ahora contando todo esto. Pero, debes saber que el dinero te da privilegios, el dinero te da hasta para limpiarte el culo y recuerdo cuando lo pensé.

No tenía ni un cinco, nada. No tenía ni para la comida de mi gato, las provisiones se estaban agotando, y la cola sólo me la podía limpiar con las hojas de una libreta vieja que tenía arrecholada en un rincón. Cuando esto ya no funcionaba, echaba a perder varios calcetines. Finalmente, no tenía opción que hacer únicamente en aquellas casas donde mis amigas muy amablemente me invitaban a pasar un grato momento, y justo en sus baños rociados con diferentes aromatizantes, olor pradera, frescura intensa, baño de primavera y cual fuese el aroma, justo en sus letrinas de brillo deslumbrantes donde con total solemnidad sentaba mi trasero y depositaba toda mi tripa; casi siempre a mi derecha se encontraba aquel rollo de suavidad impresionante; casi podría jurar que me daba un aire afelpado, con el que me limpiaba, justo ahí me decía hacia mis adentros: “Que privilegio poder limpiarse el culo”.

Fotografía por Coastal Driver