Cerré los ojos por veintidós minutos.
Luego comencé a dormir y diecisiete minutos después apareció una niña con el pelo muy grueso, conocía la textura de cada uno de ellos. Era muy delgada, morena, tenía ojos epicantos y rasgos muy raros.
De repente observé el entorno y estábamos ella y yo dentro de una alberca olvidada, el concreto estaba cuarteado y en general estaba oscuro, nunca supe de qué color era el agua.
Levanté las manos de los costados y toqué su cabeza cerca de sus orejas. Su pelo estaba lleno de miel y se desbordaba mientras apretaba. No tenía asco.
No tengo datos de la profundidad de la alberca.
Ella me orientaba en medio del agua, había comunicación no verbal, cómodo.
La sentía, era parte de mí, era mi pasado.
Me reconoció, decidió ayudarme.
Aprendí a respirar bajo el agua.
El agua y yo nos hicimos amigas.
Me gusta imaginar, es lo que mejor sé hacer y decido quedarme ahí porque es un lugar seguro que controlo desde acá. Por eso a veces me da miedo la enormidad de la realidad, pero también me gusta el contraste.
Estoy experimentando la explicitud de mis emociones en palabras.