Del sol para la luna

El sol en su eterna sol-edad contemplaba a la luna, aquella que orbitaba junto con los planetas alrededor de la noche y el día, despertando en él una inspiración profunda por repetir aquél momento en el que se miraron a los ojos por primera vez, deteniendo el tiempo y el espacio por unos instantes, frenando la órbita de la luna solo para poder perderse en sus intensos ojos color miel que parecían ver dentro de su luz, sintiendo una comodidad que nunca antes había experimentado, haciéndolo pensar que se conocieran de toda la vida.

Sin la necesidad de una sola palabra, sus miradas se cruzaron de manera tan intensa que entre ambos pudieron decirse todo lo que habían esperado decirse durante tanto tiempo. 

Fue entonces que el sol teniéndola de frente, emitió un impresionante rayo de luz en el espacio para poder admirarla en su totalidad, iluminando su cuerpo con una luz que iba recorriendo lentamente su superficie, mostrando todo su pasado en presente, admirando los diversos cráteres que componían el cuerpo de la luna, aunque esta los mostrara con vergüenza ya que formaban parte de un pasado doloroso, quién diría que aquellas imperfecciones fueron las que hicieron al sol ver a la luna como un ser auténtico, llena de experiencias y sabiduría. 

Se complementaron de forma casi perfecta, sin siquiera saber que mientras ellos se observaban, un impresionante eclipse ocurría sobre la tierra, cubriendo al mundo en penumbra.

Fue desde aquél día que inició la interminable danza entre el sol y la luna, aquella en la que mientras uno la buscaba en el primer momento del día, la otra lo buscaba hasta el último instante de la noche; siempre compartiendo el anhelo de volver a mirarse a los ojos con profundidad por tan solo unos minutos que parecían prolongarse por toda la eternidad, gracias a la relatividad del tiempo. 

El eclipse terminó y la luna tuvo que retomar su camino despidiéndose del sol diciendo: “porque nos volvamos a ver a los ojos con cariño”, alejándose así gradualmente. 

Los días transcurrieron y la sol-edad del sol aumentaba, no había manera en la que él pudiera acercarse a ella, al menos no físicamente. Fue entonces que se le ocurrió una idea, para demostrarle que él todavía pensaba en ella, justo después del crepúsculo, cuándo este guardaba sus rayos, decidió emitir un gigantesco rayo de luz en la obscuridad del espacio para así iluminar a la luna durante todas las noches y poder observarla aunque fuera a la distancia, haciéndola brillar de sobremanera y compartiendo parte de su color con ella, fue hasta entonces que el sol comprendió como es que el amor era la única fuerza natural que podía trascender en el tiempo y el espacio.

Conforme avanzaron los siglos, el sol fue siguiendo la trayectoria de la luna, iluminándola por las noches para saludarla a la distancia, con la esperanza de que ocurriera un eclipse y así poder volver a mirarla a los ojos, mientras que los planetas orbitaban junto con ella.

No fue hasta una noche que este emitió el tradicional rayo de luz en el espacio, que no encontró a la luna por ningún lado, angustiado decidió proyectar uno aún más grande sin tener resultado.

Recorrió cada uno de los planetas y asteroides con la mirada sin tener éxito, por lo que decidió emitir un último rayo de luz en esa dirección sintiendo un extremo cansancio por la falta de energía y fue ahí que encontró a la luna; mezclada con la obscuridad. 

Una sensación de tristeza lo consumió por completo, haciéndolo sentir inútil de no poder iluminarla en esta ocasión, bajando la intensidad de sus rayos drásticamente, causando un intenso frío que se esparcía lentamente por toda la vía láctea. El sol pensó que esta se había olvidado de él, sin saber que la luna únicamente se encontraba en su fase nueva. 

Después de unos cuantos años, cuando el sol emitió su rutinario rayo de luz, se percató de que la luna se encontraba frente a él, ahora mucho más madura pero con los mismos ojos color miel que lo volvían loco. Esta le sonrío y le dijo: “hoy se cumple mi promesa”, ambos se miraron con cariño mientras proyectaban otro eclipse sobre la Tierra.

La luna retomó su camino y el sol comprendió que nunca iban a poder estar juntos en su totalidad, pero también entendió que esa era la verdadera belleza de su relación, la razón por la cual era perfecta, haciendo de los escasos momentos intermitentes, experiencias inolvidables. 

Fue entonces que el sol aprendió como controlar su sol-edad y habitar en sí mismo para alcanzar la paz, sonrío al espacio, dio las gracias y emitió un gigantesco rayo de luz para iluminar la noche, esperando el día en que pudiera volver a coincidir con aquella fuente de inspiración.

Hasta entonces, luna.