Me reservo todas las palabras esta noche, las amarro toditas a mis dedos… Las voy desenvolviendo entre el remolino que hacen tus ojos cuando me hablas así, bajito para no desbocar(me).
Me pregunto en dónde (exactamente) quedo el tiempo, tan irreversible pero efímero cuando nos sincronizamos.
Empieza a llover y mi cuerpo se inunda de sensaciones que producen electricidad, puedo sentir tus ideas, lamer tus intenciones, oler tus pensamientos y saborear tus deseos (esos que van desde la coronilla y terminan en los pies).
Percibo un cosquilleo en mi mente, todo eso de ti que me lleva y me trae una y otra vez a este espacio que habitamos, a esta cajita de madera en la que convergen muchos mundos, muchos nombres, siluetas, música, percepciones y sobretodo, palabras, esas mismas que se nos enredan como serpientes por las piernas y el cuello, que se escapan por las grietas del piso o de las paredes y vuelan sobre nuestras cabezas, nos envuelven y hacen poesía cuando se encuentran nuestras cicatrices.
Y acá estoy otra vez, llenando de símbolos este espacio en blanco, trenzando el pensamiento y el sentimiento mientras me dejo caer, conjurando en nombre de esta fuerza que nos atraviesa y sale directamente desde el pecho.
A veces, la curiosidad se filtra por aquí y se manifiesta en un grito ahogado (que aprendí a controlar con el tiempo, por supuesto), quiero saber cómo es que soplas para mantener ardiendo ese fuego inquieto que a veces deja rastro en tu ser, cómo es que puedes escarbar entre la mente y el tiempo, las mañanas y las noches, los instantes (que por alguna razón se congelaron), los suspiros, las huellas y el viento.
Fotografía: John Kilar | Instagram
Colecciono hojas, eucaliptos, flores y palabras.