Una noche salí dispuesta a huir de todo y en el camino me encontré una excelente razón para enfrentar todos esos temores y agujeros de los que parecía más fácil escapar.

La razón, pendía de los espectrales ojos de alguien que, sin saberlo, iba desenredando mis ideas al mismo tiempo que acariciaba mi cabello.

Siempre hay un instante que es decisivo, que cambia el curso de nuestros días sí estamos lo suficientemente atentos, despiertos y hambrientos…

Hambrientos por existir, por exprimir el tiempo, por conocer, por crear, por todo eso que mantiene nuestro corazón enraizado a la tierra pero bien acunado en el firmamento.

Esa noche, ese instante, tomé la decisión de dejarme llevar, dejarme ser, sin contenciones, pretensiones, ataduras o condicionamientos. Tomé la decisión de arriesgarme sin razones, sin lógica aparente, sin tiquete de ida ni de regreso.

Fotografía por Martin Canova