Thomas Bernhard acababa de despertar de una pesadilla en la que todo se quemaba, su apartamento, los pocos muebles que poseía y su adorada colección de matrioshkas, entre otras cosas.

Luego de observar con desconcierto el techo de su habitación por un instante de esos que, más que instantes, parecen eternidades comprimidas en unidades de sufrimiento, se levantó para preparar el desayuno, miró por la ventana, era otro día de aspecto engañosamente optimista, soleado, tenuemente caluroso y con gente andando en bicicleta.

Escribió un mensaje para un amigo: “A veces la vida es igual de decepcionante que escuchar Sonic Youth por primera vez luego que todo el mundo te dijera que es genial, es solo ruido hermano, es solo ruido”.