Dear Clementine

¿Sabes por qué nos parecemos tanto Charlie Kaufman y yo?

La respuesta es sencilla: porque tenemos los mismos miedos.

Miedo siniestro a enfermar, perder a la familia, tener esa estúpida sensación de que no has cumplido metas, envejecer y miedo a morir. Pero a mi lista personal, le añado ese patético cursi “miedo a perderte”.

Intento cruzar esas fronteras invisibles entre tu indiferencia y mis fuerzas, pero nada te conmueve. Se que nos está trayendo un poco dolor el querernos.

Te escribo todo esto porque lo que no sé, es cuánto oxígeno nos queda en esta inercia. A veces pienso que quieres convertirte en Clementine de Eternal Sunshine of the Spotless Mind pero sorpresa: ¡Yo no me aprendí los diálogos de Joel!

No puedes retroceder el tiempo, borrarte la memoria ni regresar a 1968 donde ninguno de los dos existía. Procura tener en cuenta que tampoco puedes suprimir sentimientos como si se trataran de los pobres rábanos que desprecias en tus tacos.

Me sigue causando un poco de risa recordar que dijiste que era peligroso hacer el amor en nuestra propia casa, porque según tú, un dron nos espió por la ventana. Curioso… desde ese sábado no nos hemos tocado, ni en nuestra casa ni en ningún otro lado. ¿Crees que la química nos unió y la física nos separó? Me gustaría pensar que ni de chiste crees en un final. Por eso, te invito a compartirme todos tus pensamientos claros antes de que se te escapen fugitivos.

Ayer me preguntaste el por qué no te he soltado y la respuesta también es sencilla:

Porque encuentro mis esperanzas cuando recuestas tu cabeza en mí, diciendo que el alba siempre vuelve al mismo sitio. Y porque a pesar de todo el desorden y nuestras tormentas, eres todo lo que más quiero en el mundo.

Fotografía por ikebanalena