Viví una melancólica adolescencia, un momento en el que todo se sentía más. Como si hubiera estado desnuda todo el tiempo. Como si ninguna prenda, incluso mi misma piel, protegieran mi alma. Estar desnuda era la mejor arma que tenía para escribir. Podía confeccionar cualquier prenda con mis letras y refugiarme dentro de ellas. Al final, las palabras se desvanecían, pero nunca me faltaban para seguir tejiéndome un mundo donde podía ser libre.
Todo paró cuando mi alma se quebró, cuando sólo esperaba que el mundo se detuviera y así recoger los pedazos que se quedaron el camino. No faltaron letras, pero no podía cubrirme, si es que encontraba por ahí, un cachito de mi alma. Entonces, me dediqué a descoser mi mundo para hallarme completa.
No escribo porque no pueda hablar, ni para entenderme, sino porque no tengo más remedio.