Correspondencia

Querido tú:

Hola, espero que todo esté bien contigo. He tardado en escribirte, no me he sentido bien, sobre todo al recibir tu última carta en dónde preguntabas: “¿no es tiempo ya de que, al amar, nos liberemos del amado?”. Todo se volvió un caos a partir de aquello, te explico. Me miré al espejo y me arreglé como todos los días, vistiéndome como si siempre hubiese fiesta, coloqué unos pendientes azules, un vestido blanco, remarqué el contorno de mis ojos cual mujer de oriente y me solté el cabello, dejando que tomara éste el rumbo que quisiera (sabes que mi cabello se vuelca de lado como a la abuela). Salí contenta y confiada al encuentro con él. Caminábamos por Place du Tertre, recordando cuando llegabas a casa y retratabas a los castaños en todo su verdor y te referías a ellos como tu familia, extraño tu presencia en casa. Nos detuvimos a tomar un café, el aroma de los alfajores destilaba de aquel lugar, nunca imaginé que mi madre, quien gustaba de cocinar platillos salados y exuberantes, tuviera tal don al hacer los alfajores. Al hablar con él sobre todos los recuerdos que a mí llegaban, ese día comenzó a mostrar ese desinterés narcisista al que poco había prestado atención, dije una oración muy locuaz, algo como la masa mesa de la tina casa, y él no prestó el más mínimo interés por lo que decidí callar, y al hacerlo, comenzó hablar de él y cuando nos vimos rodeados de personas comenzó a levantar la voz alardeando de los lugares que hemos visitado, debo confesarte que me dio vergüenza. Al llegar a casa me di un baño con miel y agua de rosas, me vi desnuda al espejo y fije mi atención en el lunar bajo mi barbilla, ¿lo recuerdas? ¿Recuerdas cuando decías que era mi sello de traslado pakistaní por la semejanza a éste país y mi parecido a las mujeres de allá? Hace algún tiempo que no lo veía… Hace algún tiempo que no me veía con tanta atención, tus palabras comenzaban a retumbar en mi cabeza como los tambores de nuestro viaje por Burundi, golpeados con tanta fuerza por esos hombres de reluciente piel. Observé que mi ojo izquierdo ha caído más y que me han salido pecas cual constelación y fui más adentro… Y recordaba la fuerza y energía con la que emprendía proyectos, la serenidad con la que tomaba los problemas, mi respiración que evocaba continuamente suspiros, lo erguido de mi espalada que no sentía dolor.

Siempre dije que eres la persona que manda las bombas más fuertes a las batallas, hoy, cuando recibas esto, ¿sabrás que la bomba ha caído en el momento justo para volver a mí? Hoy no te escribo desde donde contemplabas la caída del sol, hoy te escribo desde donde el sol ya ha caído y quizá pasen días en que vuelva a salir, porque es en la penumbra de la noche donde estoy, donde la tristeza te invade y desgarra todas las máscaras que comienzas a colocarte con aparente razón.

No te alarmes, los días de los ataques de ansiedad han disminuido (por eso te escribo). Entendí que no debí depositarme en nadie más que en mí, de que jamás debí perder el sendero y la cordura… Insomnio, ansiedad, insomnio, ansiedad… ¿Qué necesidad tengo de pasar por eso? No me he atrevido a abrir tus otras cartas, imagino lo que pueden decir, imagino que puedas estar preocupada, pero en verdad no me atrevía a contarte hasta que no fuese un hábito el amarme más sin dudar y tampoco, sin caer en el egoísmo.

Mañana quizá disfrute de una caminata en el bosque y pueda sentarme a leerte, mañana, quizá mañana, porque hoy sólo quiero descansar y sonreír, sé que alguna otra bomba estará preparada en tus palabras para mi próxima batalla.