La primera vez que leí a Lovecraft fue de noche en tu casa. Tú te quedaste estudiando hasta tarde para el examen de biología experimental. Yo tomé un libro del estante.
En la habitación había una litografía de plantas y mariposas. Tu gatito blanco y negro estaba enroscado junto a mí. Bajo la luz de la lámpara de escritorio, leías un libro de pasta dura. Desde la cama, conteniendo la respiración, yo te observaba, como observando un cielo estrellado. Había un silencio perfecto, el tiempo parecía haberse detenido y solo existíamos tú y yo, sin decir una palabra, intercambiando miradas de vez en cuando. Quise quedarme para siempre en esa realidad.
Estaba llegando al final de El llamado de Cthulhu cuando me quedé dormida con el libro bajo el brazo. Te acercaste, me cubriste con la cobija y me diste un beso en la frente. Entre sueños rodeé tu cuello con mis brazos y te di un beso lento. Buenas noches, me dijiste el oído y regresaste al escritorio a seguir estudiando. Horas después sentí cómo te metías en la cama. Al abrazarme, sin saberlo, me salvaste.
Cuento historias a través de imágenes, a veces sueño en blanco y negro. Siempre escribo en las noches.