Andrea, diría que no fue un accidente. Tropezar al bajar las escaleras, lo es.
Me pregunto si la vida sería más sencilla, sin tantos recuerdos en nuestra mente.
Hoy no fui a trabajar. Tal vez porque me levanté un poco triste. Es 23 de Marzo, tu cumpleaños.
Tomé el tren para ir al parque. Caminé por la arboleda; iba imaginando las cosas que hicimos juntos. No es tan sencillo andar con estas cosas, hace falta hacer algo.
Te sentaste junto a mí en el autobús aquella vez. Fue la primera vez que te vi. Me miraste y cantaste la canción que iba escuchando.
Me preguntaste algo. ¿Cómo responderte? Si hasta ahora tengo dificultades para mirar a una mujer a los ojos sin ponerme nervioso. Le grité al conductor que se detuviera y bajé del autobús sin darme cuenta de lo que hacía.
Regularmente tomo el tren para ir al trabajo. Después del incidente en el autobús, me encontraste en el tren y te sentaste junto a mí.
—Hola —dijiste.
—Hola —respondí y no dije ni una palabra más.
Creo que te desesperó el silencio que empezó a formarse alrededor nuestro o en verdad querías conocerme, porque tú fuiste la que insistió en hablarme:
—Me llamo Andrea.
—Saúl.
—Bien, Saúl. ¿A dónde vamos?
Sin saberlo, me enamoré de tu facilidad para conectar con la gente, de sonreír en cada mirada y de la paciencia que me tuviste.
Si no fuera por ti, no conocería esta ciudad. Contigo recorrí los cineclubs, los parques, heladerías, karaokes y bares.
Salí del parque y, a lo lejos, escuché Hong Kong. Sé que es tu canción favorita. Me dejé llevar por la música y llegué a un bar. Entré, creyendo que estarías adentro, esperándome con un par de cervezas en la barra, que es el lugar en donde te gusta sentarte.
No fue un accidente, más bien diría que te aburriste de mí.
El trabajo de mecanógrafo es aburrido. Ahora me parece aburrido, como lo era antes de conocerte. Tú me enseñaste a escribir las letras de la pasión con mis dedos. Te volviste mi hoja de papel. Mis labios se convirtieron en un teclado de cálidos portatipos. Y en la cama, cuando me hablabas de tu día, me preguntabas si te amaba, mirándome de tal forma que yo tenía que salir huyendo de ahí.
Poco a poco creíste que mi timidez era otra cosa: falta de ganas o motivos, ¡pero yo sí te amaba!
Andrea, yo diría que la culpa fue mía por no saber enamorarte.
Salí del bar y caminé de regreso a casa.
Me pregunto si la falta de recuerdos nos haría más sencilla la vida. ¿Cómo podría dejarlos en el parque o el bar? Si, en principio, eso fue lo que me trajo aquí.
Regularmente tomo el autobús para regresar a casa, pero creo que esta vez tomaré el tren.
Y si te lo preguntas, yo te amé así como se aman ciertas cosas: en silencio, despacito y con ternura.
Fotografía por Em Bernatzky
Escritor y redactor mexicano (1997). Dictaminador de Revista Tlacuache.