Tuvieron muchos años para reconocer que el fracaso era inevitable. Sin embargo les fue más fácil aferrarse a la costumbre y al desasosiego. Navegaban suave en la rutina de follar una vez por semana y salir por una buena comida que los hiciera elevar sus sentidos a placeres mundanos. Ángel era soñador, era un tipo raro de anteojos de pasta dura y pantalones entubados, con cierto desapego a las personas que lo hacían sentirse solitario y pesimista. Alma era testaruda, de espíritu anárquico y un odio manifiesto al sistema actual. Se conocieron en una fiesta de la facultad sin amigos en común, solo se destaparon las miradas cruzadas de hace unos meses y todo se cerró en una caminata el zócalo entre esas multitudes que lo vuelven a uno valiente y cortés. 

Amores de juventud hubieron pocos para ambos, se vieron identificados rápidamente en el otro, un frente en común para odiar al mundo por dejarlos fuera. Ángel continuó con sus estudios universitarios que le daban un aire de intelectual y le hacían la vida un poco más llevadera, por no decir soportable. Alma abandonó todo por un cuadro de ansiedad y depresión que la llevo a medicarse además de hacerse de una agenda llena de constantes visitas a especialistas mentales. Es fácil imaginarse que uno era la brújula del otro, pero ha decir verdad navegaban sin rumbo a falta de un destino a dónde querer llegar. 

Mas de una vez Angel se vió tentado por otras compañías, más jóvenes, más activas, menos depresivas, menos anárquicas. Esto le daba un sentimiento de alivio y palmadas a su ego, pero a pesar de todo siempre terminaba regresando a Alma como quien regresa a casa esperando poder conciliar el sueño entre los brazos conocidos, en esas cobijas llenas de anarquía que le juraban no necesitar a nadie más. Alma era su refugio, uno que no le hacía olvidar sus errores pero que le daba un referente de progreso inútil y amor incondicional. 

Esta vez no hubo un evento en especial que marcara la ruptura, fue el tiempo mismo, ese gigante que no se detiene aunque lo ignoremos. Ángel estaba por llegar a los treinta, edad de crisis, de cambio y de una constante autoevaluación para reconocerse como un fracasado. Alma en cambio iba a otro ritmo, ella era ajena a todo menos a su dolor, nunca reveló más de lo aceptable, en su interior sabía que Ángel no podría haber hecho más debido a su excesiva educación que le exigía estar al margen de los problemas de otros. Aquí comenzó una carrera contra los antidepresivos y a pesar de haber recibido un diagnóstico aprobatorio Alma nunca volvió o quizás nunca se pudo desprender de sus propios demonios. 

Condenados al fracaso hacían el amor de forma salvaje, a sabiendas de que no eran el uno para el otro, buscaban engañar a sus cuerpos que los hacían sentir perfectos cuando entrelazaban sus dedos, mordían sus labios hasta sangrar, se anestesiaban en un páramo de placer y egoísmo. Se aferraban el uno al otro3, se abrazaban en el deseo, ese palpitar que no se detiene hasta que se trasciende en la búsqueda del placer. Comprender que tener ciertos rincones ocultos nos vuelve más complejos y más interesantes en la intimidad. Sentir nuestra capacidad de otorgar algo y disfrutar al otro recibirlo. Nada era más sublime que ese momento donde se veían a los ojos y podían olvidarse de todo. Nada podía invadir ese momento, aunque lo intentaban siempre en un descuido olvidaron que era imposible congelarlo todo y vivir ahí el uno en el otro y viceversa, como quien cegado por el egoísmo y el placer pretende olvidar. 

Ángel tuvo que partir, no se trataba de subirse a un avión y olvidarse de todo. Era un capítulo más de esos donde la elección es simple: alegarse o morir. Llanamente era cuestión de supervivencia, lentamente la suma de los errores iba marcando la cuenta regresiva. Por qué cada falla genera una cicatriz que con el tiempo hacen de la piel una alfombra áspera y rugosa, un historial de derrotas visible en cada amanecer frente al espejo. Cada mañana era la bitácora cuando Ángel veía su rostro transformado, cada arruga era poca cosa comparada con esa mirada vacía y la pesadez del cuerpo. Que importa ver tu cuerpo demacrado en la suma de los desvelos y un exceso de ejercicios que te lleven a la fatiga con tal de sentirte capaz de sentir algo. Alma busco escapar en una intensa disciplina y control del cuerpo, desarrolló una maestría en el equilibrio y la respiración. La flexibilidad le mostró que su cuerpo era tan perfecto como su convicción de supremacía. Ambos tenían mucho que aprender aún, pero juntos habían desarrollado la capacidad de navegar sin problemas por la incertidumbre y el desapego. 

Todo termino mal, no por qué hubieran necesitado de herirse el uno al otro mediante actos premeditados, esta vez se trató de un viejo enemigo tocando a la puerta. Los espero cauteloso y sin decirles nada se fue acercando hasta que al final, se hizo tangible e inevitable. La soledad es una maldita, es esa que muerde apenas le acercas la mano.

Por qué es triste saber que a nadie le importas, nadie hará nada por ti y no hay forma de volver a comenzar. Se preguntaron cómo fue que lograron permanecer tanto tiempo inmóviles, dejando las cosas pasar esperando una casualidad. 

Fotografía por Erik Wetsoe