La pantalla proyecta
pinceladas de una realidad
auto interpretada por luces,
sombras y sonidos
concomitantes ante los ojos
de las almas reflejadas
que habitan las butacas,
transportándose a otros mundos,
enfrentándose a sus adentros.
Dentro de cuatro muros,
encerrados como liebres
en una caja mágica
apareciendo y desapareciendo
en un parpadeo.

Un tren se avecina,
un viaje a la luna,
una nación que nace,
un viento que lleva,
una cámara que observa,
un perro andaluz,
una metrópolis,
el conde Orlok,
el gabinete de Caligari,
el acorazado Potemkin,
la sal de la tierra,
el ciudadano Kane,
la naranja mecánica,
el cielo sobre Berlín.

La persistencia retiniana
nos embriaga con esos
paisajes y rumores
que fungen como
espejos de nuestros tiempos,
ventanas a nuestros sueños,
memorias enmarcadas,
abstracciones materializadas,
percepciones sensibilizadas,
mitologizando lo rutinario,
esclareciendo lo obscuro,
ennegreciendo lo brillante,
encandilando nuestras pasiones,
reivindicando nuestras visiones.