No recuerdo haberla visto velada con tantas máscaras y al día siguiente completamente despellejada. No desea volver, el haz de luz la corrosiona, la hace evaporarse, deja escapar el perfume de su ser. Se dice que la existencia del mundo vino con ella, arrastrada por una gran explosión. Ondas inaudibles que se expanden y vuelven más grandes resuenan en ecos con la melodía de su voz, estremecen la negrura del alba, iluminada únicamente por puntos de luz.
La luna brota tras la trementina que macera la frescura de sus labios marchitos por el vaho del alba, —Largo de aquí —masculla, tentativa de su carácter precario e inconstante. No me deja acompañarla, dice que no podré oponer resistencia. Desconozco la latencia de sus ojos pero sé que miente. Hunde la mirada para recobrarse, oculta el aliento tras su rostro. Codicia de recobrar sus detrimentos. Lo inconcluso y vano de sus actos continúan en trazos relegados, encaminados por el mismo vacío, aburrido e indolente, con que perdió su longevidad.
Fotografía por Patrick Liebach