Como en una novela negra cojo un cigarrillo mientras espero a que me sirvan el próximo trago en la barra de un bar de mala muerte. Soy uno de tantos clientes frecuentes que van a expiar sus culpas con un cantinero que bien podría transformarse en novelista de tantas historias en su cabeza; tantas memorias ajenas que se han integrado a la suya desde que cogió el oficio de servir tragos a desconocidos.
Como en una novela negra porto un arma oculta debajo de la chaqueta. He tenido que prescindir de la gabardina porque es abril y el verano trae consigo un calor de los mil infiernos. El hombre ha quedado de llegar a las tres en punto al bar y ahora son las dos con cincuenta y seis. Dijeron que traería un maletín consigo e iría vestido como un Godínez cualquiera. Ahora mismo hay varios Godínez haciendo una fiesta en una de las mesas frente a la barra. Sus risas y griterío son molestos, tanto como para que de manera instintiva ponga mis dedos sobre el revólver bajo mi chaqueta.
Como en una novela negra el hombre llega a la hora exacta en que me citó. Pide un vodka tonic, saca algo del maletín y me dice que es para mí. Se bebe el vodka tonic de un trago y me dice que no debería acariciar tanto la pistola, que me van a salir pelos en la mano, y se va.
Pero ésta no es una novela negra, y yo no soy un detective. Abro el sobre y veo el dinero. Sería más fácil que esto fuera una novela negra, pero no soy más que un criminal con las manos llenas de dinero sucio que teme por su vida.
(1990- ¿?). Gestor cultural, bibliómano y colaborador constante de publicaciones digitales.