¿Para cuántas personas? Para tres. Éramos dos pero él comía por uno más. Un hombre con buen buen apetito o de buen comer siempre me es atractivo. Recuerdo la primera vez que salimos. Nos quedamos dormidos en una fiesta. No cogimos. Yo quería. Él estaba recién circuncidado. ¿Qué tipo de hombre se hace la circuncisión a los 35 y, aún cuando tiene las heridas y los puntos frescos de la reciente operación, invita a alguien a salir? Bueno, él. No importa. A la mañana siguiente, muy temprano, le dije que había que irnos, quería evitar despedirme de los que seguían borrachos. Mientras nos espabilamos rápidamente acomodándonos la ropa y el cabello alborotado por haber dormido aplastados uno contra el otro al ras de un sillón, Marcos – ese era su nombre – sneaked out of the room y, moviéndose sigilosa pero juguetonamente a través del patio para encontrar el recipiente donde quedaba el último brownie de la fiesta, lo tomó. Aún recuerdo su mirada traviesa alcanzando la mía y su sonrisa juguetona mordiendo el brownie mientras se apresuraba a la puerta. Me enamoré. Creo. Al menos me gustó. Me dejó esperando. Después de todo era un hombre con apetito, un hombre deseante.
Él comía por dos así que yo cocinaba para tres. También porque muchas veces un tercero fantasmal nos acompañaba a comer. Muchas veces su ex. Otras tantas el mío. Porción para tres.
Pasteldetofuespinacasenhojaldrequichesveganosloafsdelegumbrestortitasdelentejassopascrem
asyquesosveganostartasdefrutapaysdecalabazaypudinesdesemillasybuddhabowlsysalteadosori
entalesypastafrescaycacerolasygratinesveganosypizzasypanesycaldosytacosyhongosytostadas
ytodo para tres.
Estar con Marcos era estar en extremos (¿o estar conmigo lo era?). Podía sentirme la más afortunada, apoyada, segura y querida del mundo y de pronto sentirme sola, asustada y presionada por ser alguien que no era. Él viajaba mucho, yo un poco, también.
Había semanas sin vernos ni hablarnos, otras viviendo prácticamente juntos saltando de mi departamento al suyo. No había estabilidad. Y cuando parecíamos encontrarla, se desvanecía.
Las veces que la estabilidad nos encontraba y ni él ni yo no estábamos fuera de la ciudad o de nosotros mismos, yo podía cocinar. Era una forma de sentirme normal. Una forma de hacer hogar. Una casa. Y cocinaba como loca. Como diciendo “come come come, ¿por qué no estás comiendo, no me quieres?”. Y a él le encantaba. Comía por dos.
Para mí ese tiempo significó pasar de puta a mujer de casa. Niña bien, pues. De hacer trabajo sexual a hacer trabajo doméstico. Y la verdad que lo disfrutaba. Alimentar, nutrir, transformar los ingredientes, experimentar algunas recetas nuevas, compartir intimidad en la mesa al final del día, salir a buscar frutas, verduras, legumbres, especias, granos, nueces, semillas…conocer sus gustos, compartir los míos. Creatividad. Transformación. Entrega.
Pero un día cocinó él. Pozole verde. ¿Porción? para dos personas. Subí una foto del pozole a mis redes sociales y mi ex reaccionó con un “me entristece”. Como diciendo me entristece ver que cocinas para alguien más. Me entristece que alguien más te prepare comida y te de algo bueno. El fantasma estaba rondando la casa y no le contesté. Sin importancia.
Pero para Marcos no fue así: él cocinó para DOS y ahora debía haber espacio en la mesa solo para DOS. Parecía olvidar que él solía traer a un(a) tercero(a) muy seguido a cenar. Pareció olvidar cómo yo lo aceptaba, pues sabía que era un fantasma, rondando, sí, pero ya muerto.
A Marcos no le pareció la reacción de aquel otro fantasmal. Un like. Un me entristece. Y alegando que eso significaba que yo mantenía “un contacto” con mi ex, mientras los celos se lo comían, me terminó. Sutil y elegantemente retiró su plato.
Es cierto que una relación es de dos, y no solo dos. Nunca fuimos solo dos, aunque al final él lo pretendiera. Hoy estoy sola en la mesa. Hice una sopa. Matzo balls. Se deshicieron. Sigo estudiando recetas y cocinando. Y aunque casi no como por la tristeza, tengo la fortuna de poder vender o compartir algunas de mis creaciones culinarias.
Debo decir que a veces hay días buenos en los que cocino para mí y soy capaz de ingerir algún tipo de alimento que no sea café o fruta.
. jugos .
. pudines
. salteados y
. sopas .
. como hoy .
Una sola porción.
Trabajé algunos años en centros de rehabilitación para adicciones y un centro tantológico. Vi a muchos morir y a otros vivir con la voluntad y el sentido perdidos. Sentí que no estaba hecha para decirle a nadie cómo vivir o cómo morir mejor. Renuncié para ser guía de museo y dedicarme a pintar. Hoy pinto (a veces) y hago quesos veganos.