Pedazo de un libro en conjunto a las ideas que surgen de mi cabeza.
Me gustaría que me quisieras, me agradaría que pudieses entender lo bueno y lo malo de mis sentimientos por ti. Apreciaría cada linea de tu rostro que se dirige a tu boca y traza lineas blancas sobre tus labios.
Puedo acertar que tus manos son las más suaves que han tocado mi calma y que, cada fibra de tu corazón ha llegado a lo más profundo de mi ser. No quiero ser optimista porque es una carta de despedida. No quiero aferrarme a los buenos momentos, quiero dejar pasar atrás, aquellas tardes de abril cuando por fin te decidiste a amarme y quitaste de mi rostro el mechón de pelo que siempre caía cuando querías besarme.
Me es difícil comprender cómo puedo seguir sin ti, pero me es mucho más sencillo darme cuenta de que al final del día, aprenderé a adaptarme a una nueva vida rutinariamente solitaria. Puedo acostumbrarme a ir sin ti por el café a donde nos gustaba. Puedo gozar del aroma de las frutas del supermercado y elegir las más hermosas, aún sin que tu sostengas la canasta. He de darme cuenta que eras el apoyo más grande en mi existencia y que gracias a ti, pude dejar los malos hábitos.
Me remontaré al día en que llegaste a mi departamento, lucías espectacular. Tenías ese suave destello de maldad en tus ojos que nadie nota a simple vista, pero te apaciguabas como una llama en medio de la tormenta. Eras oro puro, pero al mismo tiempo carbón.
Llevabas unos pantalones casi del mismo tono de tu piel, blanquecina por los aires citadinos. Tu cabello enmarañado y tu camisa sin planchar. Me quedé sin habla cuando te vi, no sabía qué podía encontrar detrás de ti. Me daba miedo aventurarme a quererte, pero aún así, anhelaba vivir la aventura de pasar las noches en vela a tu lado.
No quería borrar los malos momentos, pero carajo, el sabor de tus mejillas no las borra ni un pintor con la brocha más grande. No me quiero encasillar en tu corazón y mucho menos quiero quedarme al saber que no me quieres. Que tu voz se ha ido y que tus sueños ya no están más. Quiero sentirme libre y esperanzada por nuevas experiencias, adentrarme en los deseos más puros de beber un tarro frío de cerveza, sin tener miedo a que puedas reprenderme.
Tengo claro que la libertad cuesta, pero prefiero largarme y no ver tu sombra nunca más, a sentirme menos mujer a tu lado. Me siento pequeña, como una migaja de pan cayendo de una mesa repleta de un festín para mórbidos. He llegado a tan punto de comportarme como un ciempiés que es demolido por una gran suela de un zapato italiano. Me gustaría sentirme como el gigante de las novelas míticas, como la reina más bella de un país encantado, algo diferente quizá de las princesas de los cuentos, pero valiente como ellas.
Realmente te observo día a día y cada una de las formas de tu áurea, se marcharon. No dejaron nada para mí, se llevaron mis ilusiones y los parpados de los días en los que madrugábamos para querernos. Tomaron prestados los cristales que cubrían mis ojos y me hicieron aprecias todo en lo que te habías convertido.
Nunca cambiaste, lograste igualar cada uno de los aspectos que te aglomeraban cuando te veía. No queda nada de lo que viví junto a ti y lo agradezco.
Pido perdón por crear ilusiones e ideas que rescatarían mi vida. Solo deseaba un anzuelo de paz a tanta agonía que habías creado. Imploraba sentir una pequeña brisa cálida por parte tuya o al menos, que no me dejaras en la completa soledad de un desierto de espinas que me hacían daño.
Las canciones que escucho ahora, me recuerdan enteramente a ti. El olor de los libros llega a ser idéntico a tu perfume. No entiendo qué sucede por mi mente, quizá es un enamoramiento a temprana edad y aun no comprendo la naturaleza de los hombres por la carne sin sabor. Entiende que puedo estar junto a ti a pesar de que me dejes en un lago fortuito, en medio de la nada. Pero, también entiende que cada uno de los pasos que he dado y sigo dando junto a ti, me rompen en pedazos. Todo lo que siento por ti, está aquí, atrapado.
¿Recuerdas el helado que se quedó en la nevera? Era de los dos. ¿Recuerdas el festivas de danza al que asististe y no pudiste llamar durante todo el viaje? Eras tú. ¿Recuerdas aquella insensata pelea en donde desprendí pedazos de carne y te rasguñé con fuerza tu alma? Era yo. Siempre fuimos los dos, acabando con la agonía de crear nuevas expectativas o dejando que el sentimiento fuese más que el pensamiento.
Te juro que te recordaré por el resto de mi vida, te prometo amarte y respetarte. Como los votos de una boda, similar a lo que habíamos propuesto en aquella casa color naranja con un gran patio. Creíamos que las luces iban a centellar y que las botellas de vino correrían en charcos de felicidad y fortuna exquisita. Te garantizo a un plazo de sesenta años que podré estar sentada en el pórtico de mi casa, con acabados minimalistas que habrías propuesto de haberte quedado conmigo.
Es el final de algo que jamás pensé que concluiría.
Es el inicio de etapas que se enlazan a mi alma.
Y ésta es mi vida que se acaba, que se va junto a ti.
Te amo y puedo afirmar que cada fibra de mi alma te desea.
Abrazaré los sueños que pudimos construir pero sé que habrá días en que los deje libres como aves rapaces.
Fotografía por asketoner
Soy comunicologa, fotógrafa, escritora empedernida que se esconde en un pequeño pueblo de Veracruz sin acceso a internet.
La mayoría de mis fotografías son retratos y ensayos que salen de mi cabeza de vez en cuando. Prácticamente desempleada que desea vivir de su arte, pero que también comprende la realidad de contar con alimento y ser victima del capitalismo/consumismo.