Carta a mi psicoanalista

Concepción:

Te escribo porque sólo tú me sabes, sólo tú me sientes, sólo tú sabes que no necesito comenzar esta carta con el famoso: “espero te encuentres bien”. Me he encontrado terriblemente mal, dudando si tus técnicas Freudianas, los días de batalla y las horas hablando de lo que no interesa; pero saca lo peor de mí, han funcionado. Él se fue, así, sin más, como cuando el gato se aburre de la caricia y se marcha para caminar por el filo de otras paredes. Si… Él. ¿Recuerdas cuando te hablaba de él con tanto desdén? ¿Cuándo te decía los sueños que tenía con él y que sabía que eran imposibles? Recuerdo cuando emocionada te conté el primer encuentro, el impacto de sus palabras como el de su cuerpo, su tiempo en mi piel. Él, el futbolista, el político, el ganadero, el lobo, el hijo de… El que era para todos y todos decían pavonearse de conocerle, pero que ni aún él se conocía. Coincidimos, desnudamos el alma, acariciamos el espíritu repetidas veces, vibramos como cuando las olas rompen en las piedras, caminamos juntos rompiendo esquemas y temores… Y así sin más se fue. No puedo acercarme, tu sabes por qué, sólo tú sabes lo doloroso que puede ser todo esto, el ahogo que siento y mira que me amo… Y que jamás idealicé algo que dependiera de él para que se cumpliera. Hoy escucho a todos hablar de ese personaje y guardo silencio ante tanta tontería. Tú sabes, sabes que lo amaba, amaba su interior. Ahora sólo te pregunto y te reclamo, ¿por qué si sabía que esto pasaría no me encaminaste a estar preparada para esto? ¿Por qué el feedback nunca sacó a la luz el dolor que podría causar esta pérdida? No te preocupes. No huiré de la terapia. No huiré de mí.

Espero poder verte pronto.