A veces se nubla el cielo de mi hogar, me miro al espejo y llora mi reflejo tu ausencia. ¿Recuerdas la última vez que juntos vimos llover? Fue un domingo como hoy, pero tan lejano ya, que apenas puedo asegurar que en verdad pasó, que no fue un sueño.

La lluvia comenzó a caer despacio y a golpear la ventana de nuestra habitación, como si quisiera que nos percatáramos de ella a propósito, mientras yo besaba tu espalda desnuda.

Sin duda, en cualquier otro momento ambos hubiésemos preferido mil veces caer sobre el otro, pero algo en la lluvia nos hizo parar a escuchar; te levantaste de pronto y enredándote con la cobija me tomaste de la mano y dijiste que saliéramos a ver llover, así lo hicimos.

Parados en la orilla de la puerta de entrada, totalmente desnudos y abrazados bajo la cobija, observamos cómo caía la lluvia. Cerraste los ojos, te acercaste para besar mis labios y entonces recargaste tu cabeza en mi pecho, fue entonces cuando dijiste que siempre que hubiera lluvia, ibas a querer verla conmigo.

Han pasado varios años, hoy llueve y de nuevo veo caer el agua desde mi balcón, solo.

Los ríos de agua corren sobre el pavimento y pienso que, entonces, siempre estuviste hecha de lluvia, pues sin darme cuenta, corriste calle abajo para nunca más volver.