Debo haber tenido once o doce años cuando leí mi primer poema propiamente dicho, fue la letra de la canción All along the watchtower de Bob Dylan. Lo leí de un enorme libro que recolectaba todas las letras de Dylan hasta ese momento, el libro lo encontré, precisamente abierto en la letra de esa canción, en un Costco. Recuerdo haber quedado maravillado por las cosas que esa letra decía (no entendía una sola de ellas, pero eso no me importaba). Para esa edad, yo ya había leído Hamlet, pero para mí eso no contaba como poesía. Tenía esta idea de lo que la poesía debía ser y, por razones que me evaden actualmente, dentro de dicha idea no cabía la posibilidad de que una obra tuviera poesía (sin importar el hecho de que estuviera en verso, rimara y hubiera sido escrita por William Shakespeare). Sin embargo, había algo por demás interesante sobre aquellas letras, algo que me decía que eso debía ser poesía, sin lugar a dudas. También recuerdo que en cuanto leí esas letras tomé el enorme libro entre mis brazos, corrí hacia mi mamá y le rogué que me lo comprara, ella, como es lógico, dijo que no y me pidió que lo devolviera a su lugar (No fue sino hasta que cumplí veinte años que volví a ver ese libro cuando mis padres me lo obsequiaron en Navidad).
Si bien mi intento por hacer que mi madre me comprara un libro bastante costoso, lleno de letras de un cantante al cual no conocía en ese entonces, fracasó ese día, me gusta pensar que esa fue la razón por la cual me interesé por la poesía.
Ahora bien, imagino que cualquier persona con buen gusto probablemente encontrará mi primer encuentro con “propia poesía” algo bastante divertido (o una clara señal de la decadencia literaria que se vive hoy en día), pero, bueno, me parece que hay peores lugares donde comenzar a interesarse por la poesía.
Poco a poco me dejé llevar por ese interés, leyendo un poco de Dylan Thomas por aquí, un poco de Rimbaud por allá, un mucho de Bob Dylan por todos lados, hasta que terminé convirtiéndome en un fanático de la poesía. De nuevo, en principio no entendía mucho de lo que los poemas que leía decían, pero eso no me frustraba en lo más mínimo, lo que si me frustraba era una cosa totalmente distinta: ¿para qué sirve la poesía?
La respuesta que yo me daba a eso cambió constantemente a media que crecía y leía más poesía. Un tiempo creí que servía para expresar cosas secretas, como una especie de código, después creí que servía para poder decir cuan triste te sentías de una manera en la cual la gente se lo tomara en serio, en algún otro momento creí que era más bien una herramienta para convencer al sexo opuesto de que eras profundo. Todas esas ideas sobre la utilidad de la poesía se fueron desvaneciendo (por suerte) a medida que pasó el tiempo, pero la pregunta nunca me ha abandonado del todo.
Hoy por hoy, me gusta pensar que soy un poco más que un fanático de la poesía (es más, con un par de tragos encima, la iluminación adecuada y la confianza de que no se burlaran eternamente de mí, me atrevería a llamarme poeta) y la cuestión todavía no me queda del todo resuelta.
Creo que lo que más me atrapa de la pregunta es lo aparentemente sencilla que es. Casi se siente como si pudiera responderse de inmediato “La poesía sirve para esto y punto”, pero por alguna razón no es tan fácil. Cada respuesta que se me ocurre está inmediatamente seguida por un “Sí, pero”: “La poesía es para expresar sentimientos. Sí, pero eso asume que toda la poesía es confesional (lo cual no es cierto)”, “Quizás la poesía sirve para darle nombre a lo hermoso. Sí, pero eso sólo aplica a la poesía que es deliberadamente hermosa ¿Qué pasa con toda la poesía que va en contra de todo eso?” “Probablemente la poesía sirva para jugar con el lenguaje. Sí, pero ¿es sólo para eso? Siendo así la cosa es muy sosa.”. En fin, tengo decenas de esas pequeñas hipótesis, todas y cada una incapaces de responder a mi pequeña pregunta de manera satisfactoria…
Curiosamente alrededor del tiempo en el cual comencé a escribir este boceto decidí también comenzar a jugar un videojuego que me dio una respuesta la cual me parece por lo menos interesante.
El juego se llama The Witness, es sobre resolver una serie de acertijos gráficos en una isla desierta. La verdad, el juego en sí no es muy entretenido (es de hecho bastante monótono y sin mucho chiste), sin embargo, sí tiene un par de cosas interesantes. Alrededor del juego se pueden encontrar una serie de clips de audio y video esparcidos por la isla. Los clips son de pequeños discursos, frases o conferencias de personas las cuales el diseñador del juego consideraba interesantes; hay frases de Buddha, Einstein, Oppenheimer y demás nombres por el estilo sobre una gran variedad de cosas (Hay uno muy bueno tomado de una conferencia del GDC sobre Shakespeare y la naturaleza del desarrollo de videojuegos).
En fin, fue uno de esos clips el cual me dio una respuesta que me parece se acerca bastante a resolver mi pregunta sobre la utilidad de la poesía. El clip en cuestión es un fragmento de video del programa de 1978 Yesterday, Tomorrow and You de la BBC, presentado por el historiador de la ciencia James Burke. En él Burke habla sobre el conocimiento, sobre como siempre han sido las personas quienes poseen ese conocimiento quienes terminan cambiando el mundo (para bien y para mal) y sobre como las personas quienes poseen ese conocimiento para cambiar el mundo en la actualidad son los científicos. Después de mencionar eso último Burke responde a la hipotética pregunta del espectador “¿Eso dónde deja a los artistas?” con una respuesta un tanto peculiar. Burke mira a la cámara y sin inmutarse dice:
“Déjame sugerirte algo con lo cual quizás estés violentamente en desacuerdo: que en el mejor de los casos los productos de la emoción humana: arte – filosofía – política – música – literatura. Son interpretaciones del mundo, que te dicen más sobre quién las dice en lugar del mundo del cual habla. Puntos de vista de segunda mano convertidos en de tercera mano por tu interpretación de ellos.”
Un tanto intenso ¿no es así? Incluso pomposo. Pero tiene mucha verdad, aunque no creo de la manera en que Burke pensó que la tendría.
Las artes sin lugar a dudas son una perspectiva del mundo y ciertamente nos hablan más de las personas quienes las hicieron que de su mundo. Si no me creen piensen en todo lo que saben sobre sus artistas favoritos y el como eso se relaciona con su obra. No siempre es una conversión uno a uno, pero siempre hay una parte de ello.
Brian Wilson puso su ruptura mental en las canciones de SMiLE, F. Scott Fitzgerald plasmó su tempestuosa relación con Zelda Fitzgerald en las páginas de The Great Gatsby, la inestabilidad emocional de Sylvia Plath vivirá por siempre en The Bell Jar, Andy Warhol presentó su peculiar fascinación por la publicidad en sus Campbell’s Soup. Ejemplos hay muchos.
Lo importante aquí no es el hecho de que los artistas hayan puesto su perspectiva de la vida en sus obras sino lo que hicieron con ello: preguntaron (en su mayoría inconscientemente) a todos quienes tuvieron contacto con su obra “¿Nunca te has sentido así?”. Incluso la respuesta misma no es importante, dado que con sólo preguntarte eso ya han hecho contacto contigo de la manera más profunda posible: te han hecho examinarte a ti mismo. Siendo así, la poesía es quizás el arte que más efectivamente puede hacer esa conexión.
Escribir poesía es muy similar a estar desnudo frente alguien, implica vulnerabilidad, el ponerte totalmente al descubierto y dejar que la persona te examine, te toque, vea tus cicatrices, sepa lo que te excita, lo que te duele, lo que no quieres decir porque te avergüenza, sepa y vea todo. Si a lo anterior sumamos que, como ya dijimos, el arte se dedica a preguntar si la otra persona siente lo mismo, en esta metáfora es como si la otra persona, quien lee el poema, también estuviera desnuda y comparara ahí mismo todo lo ya mencionado. Quizás la persona no piense que lo que ve tenga mucha relación consigo mismo, pero si verá algo fundamental: que el poeta también tiene cicatrices, también se excita, también le duelen las cosas, no importa si es por lo mismo, sólo importa el hecho de que existe esta relación entre el poeta y quien lo lee.
Quizás para eso sirve la poesía, para mostrarle a alguien que eres humano y recordarle a esa persona que ella también lo es.
Quizás nada de esto tenga sentido y la poesía sirva para algo totalmente distinto, pero, bueno, yo me siento así respecto al para qué sirve la poesía.
Fotografía por Denis Ryabov
Terrible writer that’s very good at acting like a good one.