Yo creía que los labios te sabian a regaliz.
Y fue pura coincidencia o quizas de mi suerte un desliz que me acercara a tu boca a probar de ese matiz.
Cual juego de niños, ojos cerrados, un respiro hondo y a cien los latidos, la noche fue testigo de cómo dejamos tiradas boronitas de cariño por donde nuestros pasitos paseaban con sigilo, dándonos la mano a medias en la cúspide de lo que parecía una travesura.
Una explosión sabor a ti inundó por completo mi matriz, que trataba torpemente de organizar las ideas para recordar lo que sentí desde la planta de los pies hasta la punta de mi nariz. Mi mano en tu cintura generando friz, los cigarros que dejamos solos consumir y algunas ideas que entre ellas recuerdos comenzaron a zurcir.
Efectivamente sabes a regaliz.
No hablemos de amor que quizá de eso solo fue un guiño, algo que para el tacto fue acertijo y en el estómago un aleteo que causó ruido.
Por supuesto que considero la posibilidad de que no vuelva a suceder, por lo incipido de la vida, por la constante de hoy en día o lo efímera que pudiera ser tu compañía.
Besito de regaliz, regalame uno, dos o tres, envueltos en papel membretado “exceso de miel”, dentro de un frasco que diga “consumir antes de ayer”
Mis 25 años son la prueba de que se pueden vivir 365 días del año melancólico.