Hace rato observé en el espejo
una mirada
- que no era la mía
sino la de una palabra
trémula,
- afana,
cuya sensual amnistía
fue originada
- por dos vocecitas
que, desde la distancia,
compartieron
- una sonrisa
melancólica, vaga,
como la que hace la plaza
cuando recibe el mediodía.
Allí, en ese espejo
transparente, incompleto,
de crisol leve
- y umbral sempiterno
aparece siempre
un llamamiento,
un libre sollozo,
un sol taciturno.
Clima tiritante.
Paseo vagabundo.
Linterna de humo,
paisaje de polvo.
Cicatriz escarlata.
Herida enmarcada
- con laureles de oro.
Allí, en ese espejo,
ligero, como el cielo,
de cobijo tierno
y cariño
- siempre abierto al tiempo
aparece
- usualmente
una mirada,
un llano silencio,
una flor espontánea,
una puerta prohibida
que no es para nosotros;
que no es para alguien.
Allí, en ese espejo,
que es trinchera de lo nuevo,
aparece siempre
una nota lejana,
en un idioma
- que es tan incierto.
En ese aroma a mar nos caemos,
mientras dialogamos,
viscerales,
en estos barcos de papel
que prefiguran nuestro duradero naufragio,
con sabor a soneto,
pero con forma de sutil equipaje.
Fotografía por Cleo Thomasson