Me es complicado tener que reconocer que debo dejarte ir, pero me es aún más complejo no disfrutar de la visita de tu recuerdo.
Acostumbrado a la compañía de la noche, descubro una función sin previa invitación. Los rastros de mis dibujos conducen a mi memoria a escenarios antes presenciados.
En esta ocasión la comedia no es protagonista del tema, como es de costumbre. Más bien es una especie de tragedia.
Las escenas se proyectan con tanta fidelidad que comienzo a formar parte del elenco. De pronto tengo el poder de actuar; y todo comienza a avanzar.
Parece una pista de baile, el telón oculta y permite a los reflectores cambiar la atmósfera de nuestro encuentro, y de pronto aquí, de pronto por allá.
En medio del baile escucho que tu mirada me concede improvisar. Con jugueteos románticos logro provocar una dulce sonrisa, aquel reflejo de tu emoción se manifiesta junto con ondas más delicadas; tu cuerpo emana frecuencias que parecen compartir la razón de mis latidos.
Escena tras escena, canción tras canción, el danzón va perdiendo condición.
Trato de conservar el paso de la razón mientras tu mano se despide sin compasión.
Comienzo a caminar y cada paso que doy lo siento más lejano a ti.
La dirección de la función parece no estar dispuesta a ceder ante mi capricho de alcanzarte.
De pronto ya no interpreto ningún papel.
Se cierra el telón.
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