Avenida Chacabuco

Soñé que la vida no me apuraba.Caminé por la vereda de una avenida llena de luces, tranquila. Le cargué los últimos $100 que me quedaban en la billetera y en mi casa, a la tarjeta de colectivo. El colectivo pasó. Me quede, sentada, otra vez, tranquila en el cordón de la vereda de esa avenida. Fumando y escribiendo. Miré un edificio de 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 pisos, tal vez 14 si cuenta la terraza, tal vez 15 si empiezo a contar desde un subsuelo, si empiezo a contar desde lo que no veo.
Se me apagó el pucho y me pongo en pausa. Disfruto mucho escribir mientras fumo. Eso me apura, pero hoy no. Ahora no,

creo.

Miro la pendiente que cruza esta bajada y pienso hacia donde va. No entiendo.
Recién vi una caja de madera, adentro de una caja de cartón y tampoco entendí. La panadería que estaba al lado de la parada, donde compraba chipá siempre que esperaba, ya no está .Cuantas cosas ya no están?
Me vuelvo a poner pausa y veo la misma panadería, pero en otro lugar, unos cinco locales mas allá.
Por que?
Los edificios y los balcones dirán lo mismo de mi?
Busco el encendedor y pienso en todo lo que traigo encima, suficiente para sobrevivir esta inundación de palabras, esta cosa rara que me pasa cuando llego a una hoja en blanco y no entiendo nada de nuevo, por segundos siento que es la muerte.
De repente un vientito me da en la nuca y vuelvo.
Ordeno, intento entenderme, entendernos con esto que esta muy lejos de ser muerte.
Por que las cosas que están vacías me generan preguntas?
Nose.
Pausa.
Busco el encendedor otra vez, y no lo encuentro.
Siempre lo guardo en lugares diferentes y entonces, todo se acelera otra vez.
Me recuerdo sentada en el cordón de la vereda, escuchando algo que me grita en las costillas y me acuerdo de mi mamá y mi celular apagado hace varias horas. Me preocupo por que tal vez ella no sabe donde estoy, o si todavía estoy.
Frena otro colectivo y yo no me subo y quiero gritarle a mi mamá que estoy bien, que estoy escribiendo, que no me mataron ni me violaron.
Encontré fuego, digo, el fuego. La luz de los autos me devuelven un poco de esa llama. Pienso en el policía que pasa disfrazado y no entiendo. Pienso en lxs ninxs que juegan a ser policías y no entiendo nada, posta.
Mamá, quiero poder escribir tan rápido como siento, pero después no me entiendo y eso me da miedo.
De que ese colectivo ya no pase, de que vos no te preocupes y que yo no vuelva más.
Me calmo, me intento releer y ya no existe esa muerte y las luces de los autos y los semáforos ahora son verdes y el cielo es violeta y yo sigo escribiendo y te juro que no siento frió. Algo me galopa en el pecho y pega tan fuerte como las ganas de seguir soñando que la vida no me apura, ni nos mata.
Claro que cuando decidí volver a casa, el colectivo no pasó y pude fumarme un cigarrillo casi entero y empece a entender un poco más.
Pensé en que el encendedor ya casi no me funciona, en los fantasmas que todavía me congelan la llama y no entendí nada de nuevo,
por que todavía están ahí?
En los miedos, en las piedras, en el frió, en los cables y en el cielo, que ahora es azul oscuro vestido de niñx policía.
Me doy vuelta, intento agarrar mi mochila, todo se traba, se me cae la lapicera, arastro la bufanda por agua podrida y justo a mis espaldas,
hay un policía.
Miro el suelo y el encendedor está en el piso, en mis pies. Una pareja de chicos se besan con esas ganas de besarse en la parada de un colectivo y ahora ya no quiero que el colectivo venga, quiero que se sigan besando.
Mientras el policía también espera el colectivo que no viene, ellos se encienden como las luces de todos los autos y todos los semáforos y el fuego está ahí, lejos de los disfraces de policía,
lejos de los encendedores
cerquita de un fuego que solo ellxs alimentan.

Fotografía: Nik To