Una vez cubierto por las sábanas, con los pies ya protegidos de las manos de la noche, apaga la luz e inúndate del negro nocturno, ahógate en la oscuridad; dibuja su rostro debajo de tus párpados, marca sus líneas en el infinito de tu mente, sueña con sus ojos y teme, una vez más, el no volver a verle.