Como cuando no tenía que preocuparme por si te agradaba el color de mi cabello o si mis cambios de humor eran saludables.
Como cuando los días transcurrían sobre una idea de que el siguiente sería igual de irrelevante pero no me consumía esa ansiedad.
Como cuando el tiempo que corría solo era para mí y para el llanto que solía salir de mis ojillos casi cada día.
Como cuando improvisar estaba en mi rutina, irónico ¿cierto?
Como cuando nadie tenía expectativas sobre mí, ni yo.
Como cuando era feliz con las migajas de alegrías que tenía y las pequeñas satisfacciones de caminar por ese parque al salir del trabajo.
Ya sé que de las cosas que hice en ese tiempo pocas pude conservar, pero vaya que lo disfrute. Estaría mintiendo si digo que no fue de los peores momentos de mi existencia, pero también me reí como pocas veces lo hago ahora.
A veces extraño ser invisible para los demás.
A veces quisiera regresar a cuando cualquier cosa que hiciera o dijera tenía una consecuencia.
Fotografía por Thomas Luong Bavington
Usualmente escribo mejor cuando estoy rota, veintitantos años.
Algunos me dicen Ana y otros “Saturno”.
Para aprender tuve que destruírme.
No escribo de nadie real, siempre los invento yo.