Añoranzas pre-apocalípticas

Extraño que haga frio, pero estar lo suficientemente borracha como para no sentirlo tallándome los huesos.

Extraño las charlas interminables con mis amigas, entremedio de risas y anécdotas intrascendentes sobre “x pibe” con el que cualquiera hubiese salido esa semana.

Extraño dejar pasar el porro, porque con birra estaba bien.

Extraño los bares que tomamos como punto de encuentro, como casa post-día de trabajo, para juntarnos a hablar mierda y jugar al metegol.

Extraño las reuniones estratégicas en el baño, donde nos dábamos tips sobre cómo escribir un mensaje o que responder al chongo de turno.

Extraño el terminar corriendo por todo Buenos Aires porque, simplemente, colgué en mirar el celular, y por ende la hora, y poder perderme la última combi a casa, rush adrenalínico totalmente innecesario.

Extraño poder salir a bailar, por lo que eso implica para mi, obvio. Encuentro increíble la sensación de libertad que me da bailar ubicada ahí, entre todo ese tumulto de gente, entre sudores, empujones y alguna que otra mancha de vino en la ropa (que es todo risas, salvo cuando me pongo ropa blanca, ahí me da odio). El mood en el que se entra, como en una espiral sensorial, y no lo exagero ni un poco, quienes me hayan visto de fiesta sabrán exactamente de qué hablo. Extraño eso. Extraño todo. Extraño lo más básico y que creo que nunca nadie, hasta este momento, se debe haber planteado seriamente: el hecho de ser libres y vivir plena esa libertad.

Fotografía por zrdyzrdy.