Incluso un ciego podría ver lo felices que éramos, tomados de la mano, riendo tanto que incluso la gente se preguntaba si en lugar de respirar necesitábamos reír para seguir viviendo. Fueron buenos tiempos, ambos caminando por la orilla de la playa, sintiendo el sol quemándonos la piel, la brisa del mar rociándonos, y el viento llevándose nuestro pasado.

Las noches que pasamos juntos, con el golpe de las olas de fondo, nuestros cuerpos húmedos y los labios salados formaban una sintonía perfecta.

El verano que jamás olvidaré, mi Mateo, si es que ese era tu verdadero nombre. ¡Qué tontería! Pensar que te extrañaría tanto. Había sido nuestra promesa, prometimos no volver, no pensar en nosotros, en que nos conocimos, porque seguir juntos sólo lo haría más difícil, por eso teníamos ese verano, ese verano que quedaría sólo en nuestras memorias.