Decidí describirte con todas las palabras que he conocido en mi vida y me recuerdan a ti.
Para ello he formado un estricto itinerario que busca impulsar mi creatividad. Me levanto a las cuatro cada mañana para encontrar la inspiración en el silencio de la madrugada.
Tomo una hoja y me preparo.
Nada.
Blanco.
Mi cerebro no encuentra las palabras para representarte en adjetivos y sustantivos.
Despejo mi mente mirando la ventana, las gotas de rocío resbalando en el frío cristal. Pequeñas gotas nerviosas inquietas que se deslizan desprevenidamente atraídas por la gravedad.
Alzo la vista y el cielo comienza a clarear ¿qué hora es? Me pregunto.
Me distrae una nube que tiene la forma de tu cabello, abultada y esponjosa. Cada vez que veo el cielo recuerdo tu rostro y el azul divino de tu aura.
Observo la calle vacía, el silencio de las horas tempranas, ahí estás, siempre, clavado en mis pupilas, en mis recuerdos en la profundidad de mi costado izquierdo.
Miro los rincones de cada habitación dentro de mi alma, detrás de los muebles, de los cuadros viejos, de los manteles largos. Te escondes tras mi sombra, como quien no quiere ser descubierto, y te miro de soslayo.
Pequeños suspiros se van formando en mi interior y exhalo amor por todos los poros de mi cuerpo.
Te llevo en mí, conmigo a todas partes. Te vas enfriando como el té a medianoche y al mirarte toda la calidez me invade de nuevo.
Cierro los ojos y me imagino en consistencia líquida, acuosa, aferrándome al frío cristal de la existencia, arrastrándome irrefrenable hacia ti. Dejándome caer en este amor que siento, en las alocadas palpitaciones de mi corazón acelerado.
Y el sentimiento que en mi nace me quema, arde. La llama crece y calienta mi vitalidad, mis escasas ganas de vivir.
Se expande del pecho, llega a cada rincón y arrastra poco a poco mi negra melancolía, entibia mi existencia.
¿Cómo explicar en oraciones coherentes la calidez que siento por dentro?
¿La paz en la que me he instalado?
De nuevo, miro la hoja vacía frente a mi y no encuentro forma alguna de plasmarte, no hay palabras para decir lo que siento.
Pasas encima de mis dedos, danzando en mis ideas, dejando besos en todas mis notas.
Me quedo mirando las uñas, ¿qué hora es?
Suena el despertador y doy un brinco en mi asiento, escucho como ruedas en la cama y con un quejido apagas la alarma.
Suspiro, guardo mis breves notas en el cajón de la mesita.
Giro en mi silla y ya estás, sentado al borde de la cama, tapando el último bostezo con el antebrazo.
Me miras y sonríes, el pecho se me hincha de dicha, y otra vez no sé como explicar todo esto que siento.
Fotografía: ding ren