Absorto ante tales ejemplares, Charlie no recordaba haber visto rábanos tan carnosos como los que cosechó con su padre durante el invierno de 1968. Ni las bajas temperaturas, ni las plagas pudieron acabar con aquella hortaliza.

Sus meditaciones fueron interrumpidas por el martillear de la puerta.

—¡¿Charlie?! ¡Charlie Kaufman! ­— gritó una voz desde el pórtico de la cabaña.

Charlie caminó hacia la puerta y cuando tuvo el picaporte en la mano la voz irrumpió de nuevo.

— ¡Charlie por Dios, un dron nos espió por la ventana! ­— Los gritos eran ahora un lamento, un sollozo que fue extinguiéndose.

A pesar de encontrarse a diez grados centígrados Charlie comenzó a sudar. Soltó el picaporte y retrocedió.

Fotografía por ikebanalena