La marea me tomó por sorpresa, y de pies a brazos pintan su recuerdo húmedo las gotas de una ausencia jamás presente; vuelvo la cabeza para ver de donde venía, pero los caminos se entrecruzaron que perdí el mío.

¿A dónde voy, navegante del buen hablar? Al océano de las apariencias donde emerge el alma que desea nunca estar, para allá voy, agachado y sordo, exclamando entre dientes nombres divinos, pero la lista se termina y lo único que me queda es tu nombre impronunciable… Porque entre querer y quedarte se hunden los abismos.

Por eso le canto al espíritu que arisco se engaña por dolor en el ánimo pusilánime que de la lastima vive.

Será mejor atormentarnos al otro lado, donde la lluvia se disipa y el frescor abre caminos. Hacia allá voy, destino, clavando las uñas en la memoria del que finge estar bien, hacia ti querida, contando los segundos para dejarte de respirar.