Todo estaba de la chingada. Me sentía bajoneado. Ella no me daba razón alguna para explicar su extraño comportamiento, su desinterés y su poca preocupación por que nuestra relación de dos años valiera madres. No estaba acostumbrado a su falta de interés hacia mí, al contrario, siempre me rogaba para que le diera otra oportunidad. Una vez hasta se arrodilló y lloriqueo suplicando mi perdón. Ya, levántate, no mames, le dije. Me reía y ella lloraba quejándose por mis burlas a su persona. Yo era poderoso, la tenía en dónde quería. Pero eso al pareces había terminado. No me rogaba el perdón ni me suplicaba por verme para hablar ni me decía que cambiaría ni me amenazaba con matarse si la dejaba. Nel, solo me decía que ya no había más. Había algún otro wey, estaba seguro. Ese domingo me tocaba ir al periódico, estaba de practicante. Me tocaba caerle de 5 a 9. No me sentía con ánimos. Estaba tirado en el colchón viejo que tenía por cama, viendo el techo. Pensativo. De repente vibró el celular basura que tenía. Lo tomé. Ella me había mandado un mensaje diciéndome que era una mierda. No necesito que me lo recuerdes, pensé. Le contesté: gracias. Comenzó a reclamarme mi falta de interés y la poca importancia que siempre le di. Me importó poco, solo quería olvidarla. Deje de contestarle, pero no paraban los reclamos. ¿Qué quieres? Ni siquiera me dejas verte para hablar, le contesté. Pues ven por mí hoy, demuéstrame que te importo, estoy en el trabajo, contestó. Mire el reloj del celular, eran las 4:30. Mierda, pensé. A las 5 tenía que estar en el periódico. Ocho días antes tampoco había ido, preferí irme a una peda a emborracharme y drogarme con el Champions y el Perro a Cocoyoc. Ese día estaba devastado, fue cuando me mandó a la mierda de plano. Quería olvidarme de todo. Si volvía a faltar, probablemente me mandarían a la chingada en el periódico, pero ella me importaba. Estaba acostumbrado a ella, a su olor, a su piel, a sus besos… A ella en general. No quería perderla, no aún. Okay, te veo afuera de tu trabajo, ¿sales a las 7? Puse. Si, contestó. Confirmé mi asistencia. Vi mi cartera, tenía 10 varos y un par de boletos del metro. Ese era todo mi capital. Estaba jodidamente jodido, tal vez fue otra de las razones por las que me dejó. Ni pedo, con eso llegaba hasta allá, los dos boletos para el metro y 6 varos para la ida y el regreso del tren ligero. No ocupaba más dinero. Mandé un mensaje a mi editor: wey, sé que hace 8 días falté pero hoy tengo una bronca personal y me es imposible llegar, si quieres dentro de 8 me quedo más tiempo para pagarlo. No hubo respuesta a mi mensaje. Ni pedo, yo avisé. Me quedé acostado matando el tiempo en lo que daba la hora para salir. A las 6 iba a para afuera, le mandé mensaje para avisarle que ya iba para allá. No, espera un poco más, es muy temprano, vas a llegar mucho antes, dijo. Bueno, contesté. Esperé otros 10 minutos matando el tiempo. Me desesperé. Tomé una chamarra, un par de dulces de los que vendía en la universidad para sacar un varo extra, los metí a mi mochila y salí. Estaba ansioso por llegar y verla. Tal vez las cosas tenían solución, a lo mejor solo fue una mala racha, malos entendidos. Esta era la definitiva, ese día sabría si se iba para siempre o volvía. Llegue rápido, al 10 para las 7 ya estaba allá. Saliendo del tren ligero, vi un coche igualito al de su ex. El mismo modelo, mismo color. Dobló en la calle donde estaba la entrada al edificio donde trabajaba. Hija de puta, seguro va ahí, con él. Seguro me mintió y no vino a trabajar, andaba dando la vuelta con ese puto, fueron a coger y le dijo: veme a dejar al trabajo, el pendejo de Miguel me va a estar esperando. Seguro se ríe de mí. Corrí detrás del auto esperando verla bajar de él. No fue así, se siguió derecho. Mi corazón latía rápido. Mi puto celular basura e inservible ya se había apagado, no tenía forma de avisarle que ya había llegado. Esperé en la puerta de salida. De pronto, llegó un auto. Un wey estaba arriba, manejándolo. Se estaciono justo en la salida del personal. Mi mente de nuevo comenzó a jugar conmigo. No mames, seguro viene por ella. Seguro le dijo: ven por mí, para que Miguel nos vea juntos y se cague, y nos riamos de él. Hijos de puta. Quedé viendo fijamente al tipo. Él estaba despreocupado. Ni volteaba a verme. Estaba en su celular pendejeando. Atravesé la calle y me senté en la banqueta contraria. Esperé verla salir y subir al coche. Abrieron la puerta del edificio, salió una mujer. No era ella. Subió al coche y se fueron. Puta madre, mi mente me hacía pasarla mal. Me quedé ahí, esperando su aparición. Por fin salió. Me vio y atravesó la calle. Hola, le dije. Contestó igual. La invité a sentarse a mi lado dando palmadas en el pavimento. Obedeció. Le pregunté que cómo le había ido y platicamos un poco de su día. Saqué los dulces que había tomado de casa y se los di. Agradeció con una sonrisa. Nos levantamos del suelo, caminamos hacia Tlalpan. Atravesamos el puente peatonal y nos dirigimos a la parada donde tomaba el camión que iba para su casa. Le dije que me acompañara a comprar un cigarro.
-¿Cigarro? ¿Ya fumas?- preguntó
-Un poco, me ayuda a lidiar con la ansiedad.
– Ok.
Sacó de su bolso una cajetilla de Lucky Strikes y me dió uno. Agradecí. Lo prendí con el encendedor que sacó del mismo bolso y comencé a dar bocanadas de humo. Ella también encendió uno.
– La cosa está así. Quiero volver contigo, quiero que estemos juntos. No quiero perderte. Pero, escúchame, si tú en este momento me dices que no quieres, que no estás segura o que quieres pensarlo, olvídate de mí. Esta es la última vez que te busco – le dije.
– Es que no sé. Una parte de mí si quiere estar contigo, te extraña. Pero otra parte quiere pensar las cosas.
– Por eso, no hay nada que pensar, es sí o no, solo eso.
Quedó pensativa. Miraba los autos pasar en Tlalpan. Yo miraba su rostro. Era bello, fresco. Se le formaban chapas rojizas en las mejillas. Quería besarla. Lástima que ya no podía acercarme a sus labios en el momento que quisiera para hacerlo. Ya no era mía. Volteó y me miró a los ojos.
-¿Puedo pensarlo?
-No creo.
Me abrazó y comenzó a llorar. Un llanto lento y profundo. Alzó la mirada un momento. Su expresión sacó una lágrima en mí. Sus ojos cristalinos como perlas, sus lágrimas recorriendo las mejillas, sus labios gruesos abiertos sin decir nada. Me dolió bastante, me acerqué para besarla. Aceptó indecisa. Nos besamos profundamente. Un beso largo, prolongado como el tiempo. Tenía más de una semana de no probar sus labios. Mi boca pedía a gritos su saliva. Dejamos de besarnos, volvió a abrazarme fuerte y se recargó en mi pecho. Perdóname, dijo. No hay nada que perdonar, contesté.
– Me tengo que ir, dijo.
– Vale.
– Déjame pensar las cosas, por favor.
– Te estaré esperando.
– Te amo.
– Yo a ti.
Llegó el camión que la deja en Periférico. Subió en él y arrancó. La vi alejarse, poco a poco se perdió entre la urbe. Jamás volví a verla.
Fotografía por Martin Canova