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María se encontraba bebiendo el último café de la noche, y como si de un episodio surrealista se tratara; se veía a sí misma por la ventana de su casa mientras afuera el panorama la mostraba salida de la realidad. Bebiendo entonces la última cerveza. Explotando la burbuja que tanto tiempo creyó fuerte.

Las burbujas que a uno le construyen, y obvio, las que uno mismo sopla fuerte al crearlas creyendo que nadie en el mundo ha comprado suficientes alfileres para reventarlas, y de un día a otro dejarte sin una pompa de jabón que te refugie, ni siquiera entonces, dejarte con vida, como un día tal vez podría pasarle a ella, en ese, o el otro lado de la ventana. En la nada, en todas las posibilidades. En los infinitos mundos y angustias. En el morir de treinta cosas distintas antes de suicidarse, porque ya la habían matado.

Y bien, estaba ella. Afuera. Sin penas ni pasado, no tenía conciencia alguna de su cuerpo o su mente, y su vida dejaba de sentir ese día para percibir por doble una semana más, como una cuenta de cobro con interés; como la vez que su padre dejó de pagar la luz de su casa y no vieron nada en las noches durante tres días, y aún con esto el cobro fue más alto. La diferencia es que María, para este caso no tenía idea alguna de su deuda, mucho menos de su forma de pago.

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Fotografía: Michelle Owen