Te encontré raspando el agua con tus pies a la orilla de mi cama, y cuando pronuncie tu nombre todas las veces que pude, la marea nos cubrió de algodón como si fueras algún tipo de evocación al calor. Veintidos horas después, podía describir toda la fricción justo, como una fracción de abecedario ubicada sobre mi cadera. Un contrato, que solo mi centro conocía pauta por pauta. Al despertar, la ventana con el sol como lupa, me recordó cuanto necesito tu alma sobre mi piel. Y que sin importar cuánto quemara la luz, me harías falta para derretir todas mis limitaciones.
Fotografía: Laurencja Zurek