Hacía frío, había neblina y una montaña de concreto. Una calle cerrada.
Tres casitas antes de la pendiente, yo en la de en medio y la tienda del tío Chavo.
Pelucas, una mecedora y luz cálida.
El kinder en San Fernando, las donas a medias mordidas del lado del chocolate y helados dentro del congelador que duraban meses ahí adentro.
Me gustaba imaginar ser alguien más.
Me hice una personalidad por temporadas y luego aprendí a ser yo.
Quería otra familia, quería otra vida, otros miedos.
He conservado mis deseos y sueños, mis habilidades.
Soy leal, siempre he perdido algo.
Me gusta imaginar, es lo que mejor sé hacer y decido quedarme ahí porque es un lugar seguro que controlo desde acá. Por eso a veces me da miedo la enormidad de la realidad, pero también me gusta el contraste.
Estoy experimentando la explicitud de mis emociones en palabras.