“Es 3 de octubre de 1968, las calles lucen tranquilas en la Ciudad”, decía un tipo en la maldita radio.

Un día antes las cosas no eran así, se convocó a un mitin y nadie creería que era el último. Estaba en casa desayunando con mi madre, estaba entusiasmado para ir a ver qué decían los dirigentes, en la radio se hablaba de que sería un gran mitin.

Mi madre me dijo que no fuera, que me haría bistecs con rábanos y papas, es mi comida favorita. Son 51 años de lo ocurrido y aún me duele aquí: en el alma. ¿Por qué no me quedé a comer mi comida favorita?

Eran las 16:45 y mi casa quedaba cerca de Tlatelolco. Tomé la chaqueta, le di un beso a mamá, antes de salir me dijo: “cuídate mucho, a veces se tiene que dar un paso atrás para agarrar impulso”. Qué bella mujer.

Llegué a la plaza, miles de personas, pero alrededor cientos de militares “cuidando”, me dió mucho miedo, pero ya estaba ahí y lo único que pensé fue ponerme en medio por cualquier cosa. En el momento que llegué al centro un helicóptero soltó una luz y en ese instante los recuerdos van en flashes, una detonación y el chico que estaba enfrente cae, otra detonación, la señora cae. Veo correr a todo el mundo.

Mi mente ya estaba en casa, pero mi cuerpo seguía en la plaza, en medio de todos los muertos, ¡maldito día de mierda! De repente un soldado me tenía y gritaba: te crees muy cabrón con todos tus amigos y me metía un golpe en el estómago. “Ahora si no te salvas de esta pendejo”.

Me desmayé, desperté y estaba atrás de una reja.

Desde ese momento me amenazaron de muerte. He vivido con miedo. Atranco mi puerta, no abro a cualquier persona. Una ocasión soñé que un dron nos espió por la ventana. Al otro día no abrí las cortinas. 

Cómo me gustaría poder borrar esos recuerdos, como en aquella película de Charlie Kaufman, Eterno resplandor de una mente sin recuerdos.

Fotografía por Fernando Sarano