De todas la noches en las que pude despegarme de mi mente de todas las ideas, y de las constelaciones caóticas en las que me iba a estrellar, casi a cuenta propia; la noche que me dejaste, fue la más vívida.

La noche donde sentí que el silencio era un mounstro de cabeza de cabra, con los cuernos incrustados en las patas y las pesuñas en donde deberían ir los cuernos.
Una falacia casi tan irreal como el cuento que te quiero contar. Quizá lo tengas que leer despacio.
Quizá no lo quieras leer.
Quizá no entiendas que tu  abandono fue el suceso que me llevó a la trágica comedia que se ha escrito innumerables veces en mi diario: tu nombre.

Por tres años te sentí en la mente. Ahí pasaba todo.
Pasaba el café, el té, los helados de tardes calurosas, la películas de tardes lluviosas y frías.
Demasiado bueno para poder llegar a ser real.

Y me he vuelto responsable de lo que pienso.
Ya no desnudo a cualquiera con la mirada. En mi cabeza, les pido permiso. En mi cabeza a veces acceden, y a veces no. Hay que poner límites de vez en cuando.
Comienzo una conversación casual en dado caso de que accedan. Sabes perfecto que se me da horrible meterme con cualquiera si no tengo una conexión más allá de lo físico. Unas cuantas preguntas que cualquiera haría. En este punto no siempre suelen agradarme. A veces se parecen demasiado a cualquiera que haya conocido antes. Si pasan la prueba, procedo a a invitarle una cerveza. Llevarle a casa, o permitirme que me lleven. No tengo preferencia por alguien en específico. Mis gustos varían. Pero eso también ya lo sabes.
Es ahí cuando “quitar la ropa” se vuelve un concepto que trasciende incluso el imaginario.
Una mente imaginando otra.
Qué capacidad de tuya de dejarme ir teniendo una mente como la mía.

Es como si mi narcisismo se encontrara con alguien capaz de soportar la tempestad de nebulosas, alguien igual a mí. El mismo carácter y la misma demencia de ahondar en los mares más profundos después de la mirada. Pero solo son mi propias mareas ensanchándose en un horizonte que no parece tener límites; y que te hayas ido, sólo los hizo más grandes. Pero no soportaste adentrarte más. Eso es obvio

Recuerdo que decías que mis ojos eran “ventanitas”, y lo eran. Contigo lo fueron.
Y te permití nadar en la profunda marea que me azotaba todas las noches. Mis tormentas, mis playas soleadas y siempre con la calma cubriéndote. No importaba qué tan terrorífico fuera el escenario en el cual entraras. Siempre te cubría de mis mismas pesadillas.
¿Quién tendrá la capacidad de hacer todo esto contigo?
¿Quién te cuidará de sus propias pasiones y miedos?
¿Quién te escribirá cartas?
¿Quien te contará cuentos de terror en el lecho de tu muerte dentro de mi mente?

Porque hoy más que nunca, en mi mente ya tienes una lápida con tu nombre completo.
Sí, apellidos y todo. Fecha de nacimiento, una frase de amor que sacamos de un anime.
Ya te hice el funeral. Ya lloré como si hubieras desapareció de la faz de la tierra.

Y el dolor era tan real dentro de mi cabeza que recordé que si me dolía en carne misma tu ausencia.

No sabes cómo me duele escribir como si nunca hubieras escrito. Extrañaba sentarme por horas a teclear sin parar. O pasar por las hojas de papel la tinta, volverme toda las experiencias y plasmarme en el papel. No sabes cómo me duele haber extrañado todo esto. No sabes como hubiera dado cualquier cosa por sentirme capaz de escribir así estando contigo.
Es cuando más me pregunto dónde está el quiebre de la relación. Porque hoy más que nunca parece que todo pasó en mi cabeza y que no existes.

¿Dónde estás?
¿Dónde estás, que ni siquiera te encuentro dentro de la tumba que te hice?

¿Dónde estás?