Te soñé en una tierra que no era nuestra,
pero tú sí eras mío. Y yo sí era tuya.
Y ya no había necesidad de ocultarnos.
El sol hallaba al cenit en la punta de tu lengua.
Entonces hablabas y todos se acercaban
para escuchar tu palabra.
Las aves heridas surcaron los cielos, las tortugas
presas regresaron al mar y las mujeres no
volvieron a sentir el dolor de parto.
Y llovió. Como si fuera el segundo diluvio, pero
no lo fue. Como si quisiera caerse el cielo, pero no cayó.
Solo reverdecieron los campos y las urbes.
Autora de “El Marinero”