Dejé de escribir cuando me enteré sobre las cosas que platicaba mi mamá con mi tía sobre mis textos y pensé que seguía siendo la misma niña que escribía sobre un diario a los doce años, descubierta por su hermana, como cuando le leyó a la mitad de la familia un texto sin dedicatoria y como cuando encontré fotocopias pegadas en las paredes del salón 403.
Se sentía como un golpe en la quijada de la niña que me molestaba cuando tenía ocho y también como una nariz mojada de sangre, que yo misma derramé.
Todo lo que hacía se sentía mojado y empapado por mis miedos, me hacía sentir como las hojas de mi cuaderno cuando llovió el 17 de septiembre e intenté escribir bajo el granizo de otra ciudad. Así también sentía mis pies cuando caminaban y encontraba sus dedos fríos en el camino.
Un día solo regrese; Me pareció bien bailar todos los días, a la misma hora, la misma canción. Volví a ponerme vainilla en el cuello, a pintarme las uñas de amarillo. Volví a querer.
Yo me medio acuerdo de él, tenía los ojos secos, y era listo, difícil de detallar.
Siempre caminaba de su mano, de la que no tenía pulseras, a veces las cambiaba de lugar porque a él le gustaba caminar de lado izquierdo mío, le daba besos en la quijada, en los hombros, en la frente, me dan toques eléctricos en los labios cuando me acuerdo.
Ahora ya es mas difícil contar estas cosas.
Puse la primera letra cuando fui consciente del sabor a adrenalina, de la cantidad de números que puedo contar en un segundo.
1006 es la cifra contigo.
1 equivale a 1 sola.

Fotografía: Laurencja Zurek