Sobre una despedida más

Y fue en el cambiar de la canción que los recuerdos cayeron de peso y el nudo en la garganta se formó.

Llorar me era imposible pues las lágrimas habían sido agotadas desde aquella vez.

Pude haber cambiado de canción o pude haber comenzado a dormir; pero decidí escribir y disfrutar del recuerdo hiriente, disfrutar de esa herida ardiente que por alguna extraña razón me hacía sonreír, revivir y mover mis pies al ritmo de la canción.

Moría de ganas por hablarle. Moría de ganas por volverlo a besar. Moría de ganas por volverlo a ver y saber si aun existía algo que nos llevara a intentar lo que en un principio no funcionó.

Fue así que, al final, solté mi cuerpo junto con mis sentimientos y dejé salir el dolor. Un dolor reflejado en llanto momentáneo, en sonrisas esporádicas provocadas por el recuerdo, mordidas de labios y caricias corpóreas que simulaban las que él solía mantener en mi cuerpo.

Recordé sus labios y sus ojos; su cara y sus manos torpes. Recordé su cuerpo y cómo se veía sobre el mío. Te recordé con nostalgia y cariño. Te recordé como hace mucho no lo hacía, con amor.

Culpo a la música, al tiempo, al clima o al mes; sí, al mes, porque fue este el mes donde reinicié mi corazón y me prometí jamás volverlo a entregar para su destrucción. Culpo también a tus ojos, a tu lengua, a ti y a tu bizarro recuerdo.

Hoy te culpo de mi sentir y a manera de purga, me entrego de forma plena a tu recuerdo para poder limpiar cualquier resto tuyo; porque si en tiempos futuros llegase alguien entero, quisiera que me encontrara igual: completa y dispuesta a entregar mi todo, mi ser.

Así te digo adiós; aunque ya no me leas y mucho menos me sientas. Te digo adiós y libero tu recuerdo para que se plante en la mente de alguien más. De alguien que sepa el valor del amor como un ente dependiente de dos y no un sentimiento de entrega mutua.

Te digo adiós, con cariño y no con rencor. Te digo adiós y justo así, me libero de ti.

Fotografía: ourutopia