Recuerdo haber visto cómo entrabas en la librería cuando yo todavía trabajaba allí: ibas vestida con esa camisa a cuadros verde y azul que tanto me gusta. Era martes (¿o miércoles?) y yo estaba en mi horario de comida, deambulando por los pasillos, intentando hallar algo interesante, y entonces te encontré. No me miraste. ¿Cómo podrías mirarme?, ¿y desperdiciar tu tiempo en alguien como yo?, ¿con qué objeto? Pero yo clavé mi mirada en ti y ya no pude ver a otro lado. Si el libro de Foucault que tenía en la mano decía algo importante en la contraportada, ya no lo supe, y es que francamente no me interesa la filosofía.

Siempre fui un chico de literatura, tú lo sabes mejor que nadie. ¿Recuerdas la primera cita? Estabas hermosa con tu vestido azul y el rostro cubierto con la medida perfecta de maquillaje. Te hablé de los beats, la alt lit y la onda, del oulipo y la patafísica, de narcoliteratura y el crack. Cité autores y escupí citas mixtas mientras nos bebíamos un par de cervezas a la luz de las velas (era de noche). Tan pronto terminaste el último trago de tu segunda cerveza, me dijiste que tenías que irte, no sin antes plantar un beso en mis labios. Si el cielo existe, estar allí debe sentirse como tu boca.

Mientras escribo esto, guardo tus cosas en cajas. Hallé un libro que me regalaste hace un par de años, cuando nuestra relación todavía distaba de irse a la mierda. En la portada aparece una pareja abrazándose y el título: Felicidad en pareja. Me dijiste que lo leyera y, como siempre que me recomendabas esa clase de libros, no te hice caso. Ahora abro el libro y me doy cuenta de que tiene un terrible error de imprenta: la obra impresa es una novela descontinuada que estuve buscando por mucho tiempo, pero no encontré en ningún lado. ¿Cuánto te habrás tardado en hallar aquel libro y con qué facilidad yo lo deseché en nuestro librero, sin siquiera mirarlo?

Se abren mis lagrimales como cañerías oxidadas; no son gotitas de agua las que me resbalan por los pómulos, sino un aguacero potente y destructivo. No cabe duda que uno acaba donde acaba porque quiere, pienso mientras termino de echar tu última foto de infancia en una caja que, en grandes letras negras, anuncia: Recuerdos.

Fotografía: alexis mire