Espiropapas en Mt. Saint Michel

Estaba adentro, escribía mucho, le valía madre, lograba
todo, se perdía de nada, no se perdía de nada, se perdía
en la nada, se desatornillaba y se volvía a enredar.
Salían lentos algunos brotes de sus ojos.
Charcos blancos que se entumían al no sentir los pasos
de nadie.
Fábrica de enemistades.
¿A dónde van los que siempre se quedan?
No hay nada de lo que puedas realmente prescindir, y no,
no tienes alma.
El grillo.
Y sus tres primos que cantaban en el Nipaqui.
Cheetos.
Comer cheetos como declaración de amor.
David Bowie está entre nosotros.
Un carrusel que solo da una vuelta cada día.
Una vuelta hacia atrás.
Un diente que se cae en cada retrato, de los negocios de
fotografía del centro de Toluca.
El surco seco en un rancho en Veracruz.
Y tu mano que no me deja en paz.
El pedazo de mármol de la iglesia de Vizarrón.
Tus soplidos al pastel.
Keratina.
Todos vivimos la Navidad.
No te asustes werito, esto es sólo el principio.
Dardos en una isla del centro comercial.
Es necesario no dejar un solo cerillo.
O se irá.
Mejor pregúntame si conozco Zanzíbar
o por qué las frutas se pudren en Dinamarca.
Porque si me dejas hablar,
no contesto.
Solo haré lo que todos hacen,
cuando no salen más que por equivocación.
Aún tienes los frijoles pintos pintados,
Sólo es cuestión de que te animes.
Arroz con forma de pirex al revés.
¿Nunca has estado en mi taza?
Dos, dos, dos, dos. Cuatro dos.

Fotografía por Martin Canova