Las murmuraciones nunca cesan. Lo cierto es que en ese sueño ella me orinaba. Ella a mí y yo a ella. Uno puede hacer que cualquier cosa sea magia y depare placer. Vaya cosa el placer. El placer y no el deseo, la praxis, no la especulación. En los sueños todo es placer, praxis. Si se vuela, pues se vuela, si se comen calabacitas, se comen calabacitas.

Todo empezó esa vez de forma tierna. Sin sobresaltos. Ella me hablaba bajito, muy despacio. Las palabras no importan. Luego simulaba que hablaba sin pronunciar palabras. Movía los labios. Tardé en darme cuenta: “Mójame, oríname”. Primero me asusté, después reconocí que era lo que hacía falta. Tú sabes mejor que nadie lo que nos hace bien. En el sillón de piel de la sala de tus papás donde nunca he estado pero que no tengo la menor duda que ése era el lugar, me bajé la bragueta y te mojé. Al parecer ya estabas lista pues llevabas una playerita polo recortada apenas por debajo de las tetas. La playera era negra y el brassiere fucsia. Tardé un poco en orinar porque el pito se me había puesto duro. Estabas desparramada sobre la piel amielada del sillón, con las piernas abiertas y los dedos de los pies doblados, descalzos, tocando el piso. El chorro llenó tu ombligo. Te salpiqué el vientre hacia arriba y todo el líquido se escurrió en cauces diversos que se perdían en la frontera entre la cintura y la falda.

Cuando terminé estábamos emocionados, emocionados como nunca hasta ese momento porque después, no sé si para ella pero para mí lo fue, lo fuimos más cuando ella, sin secarse si quiera me desabrochó el pantalón y me tiró hacia el piso. Con la piernas dobladas me caí en el sillón. Ahora estaba de pie, mirándome con lascivia pero al mismo tiempo con amor. Se sacó la falda y creo que me dijo, límpiate cochino, entonces se subió sobre mí, se puso en cuclillas sin tocarme y al sonido seco de un aplauso, también me mojó.